4 de Abril.- Querida Ainara: en el momento en que escribo esto, duerme en la habitación de al lado un chavalín que es el miembro más joven de mi familia austriaca de adopción. Como debe ser, es un chico listo, simpático y cariñoso con el que, de vez en cuando, voy al cine o a un restaurante a comer lo que más le (nos) gusta: sushi.
La otra tarde, cuando llegué a su casa, el chaval estaba inusualmente inquieto delante de la tele. Estaba claro que debía de estar contemplando algo de lo más emocionante ¿Qué sería? Me senté con él y resultó que el programa que lo tenía como si le hubieran metido en vena tres litros de café era una ceremonia de entrega de premios (amañada, como todas) que se llamaba Kid´s Choice. La emitía para todo el mundo, en directo (¿En directo?) el canal Nickelodeon dirigido (¿?) al público infantil (¿?).
Para situarnos, te diré que dicho canal pertenece a la red de MTV la cual, al tiempo, es propiedad del gigante de las comunicaciones Viacom.
Cuando yo era pequeño, la televisión dirigida a los niños se planteaba ser fundamentalmente educativa (los que elegían lo que veían sus hijos, los padres, lo querían así) y sólo se aceptaba como un peaje inevitable cierta publicidad de juguetes en épocas señaladas (vamos: la navidad).
Eso que los jipis trasnochados siguen llamando “el sisema” consideraba que la mayoría de edad para ser tratado como un consumidor (por tanto, para que se produjesen productos destinados a ese grupo concreto de población) era la adolescencia.
Se aceptaba comunmente que, entonces, mal que bien, no era tan salvajemente injusto exponer a los críos a una propaganda (¡Compra! ¡Compra! ¡Barato! ¡Barato! ¡Mola! ¡Mola!) de cuya evidente falsedad no estaban preparados para defenderse.
Así pues, cuando Barrio Sésamo empezaba a ser un recuerdo candoroso y divertido aparecían, para ellas, los cantantes de moda (convenientemente despojados de toda aura sexual agresiva) que un conjunto de revistas del ramo se encargaban de promocionar. Para ellos, estaban los deleites inagotables del fútbol y la ropa deportiva.
Los últimos veinte años han traido, sin embargo, la destrucción de la infancia como ese reino libre de mensajes publicitarios (que, para más inri, se dirigen generalmente a zonas de la personalidad de un niño que son facilísimas de manipular y que tienen una influencia decisiva en su desarrollo posterior, como la autoestima).
En cuanto los niños tienen uso de razón (en tu caso estamos doblando ese Cabo de Hornos) se les empieza a mandar una batería de mensajes destinados a que, directamente, sajen a sus padres como pequeñas sanguijuelas.
La pionera del asunto fue Disney, que fue la primera compañía en crear productos (las llamadas estrellas) destinadas a un público infantil y preadolescente, en series de televisión que se desarrollaban en entornos conocidos para el espectador joven y que sin embargo, seguían unos argumentos dulces, melosos e imbéciles cuya única misión era poder meter auncios por medio. El niño modelado por la Disney empieza en los Cantajuegos y termina (bueno, terminaba) en Hannah Montana (antes de que a Milley Cirus le diera por pisar los terrenos más salvajes de la vida).
Pensando que estaba viendo un espectáculo cuya característica fundamental eran las toneladas de imbecilidad inútil (si es que puede haber alguna imbecilidad que sirva para algo) asistí a un desfile de “estrellas” creadas directamente para el público infantil, segmentadas por nacionalidades (Nickelodeon tiene un canal que emite para Centroeuropa) y por edades. Dichos productos robot clonaban ante un público infantil cubierto de babas verdes (de nuevo ¿?) los mohínes de emoción de los adultos cuando reciben los Oscars. Por medio, una batería de anuncios que los niños ni siquiera estaban preparados para distinguir como tales.
Delante de la tele me asaltó la duda de si me estaría equivocando. Quizá en mi infancia era todo igual y, lo que pasa sencillamente es que yo me he hecho mayor.
¿A ti qué te parece?
Besos de tu tío
Deja una respuesta