15 de Abril.- Su majestad bien, gracias. El doctor que ha operado las reales caderas asegura que el Rey lleva lo suyo con resignación y que, incluso, les ha dado ánimos a los médicos, a los que veía bastante cariacontecidos debido a la mala pata regia. Eso sí, el galeno le ha quitado un poco de heroísmo al accidente del monarca al informar de que Don Juan Carlos no había tenido el percance mientras ejercía de cazador blanco con el corazón negro, sino con ocasión de un apretón nocturno. Suele suceder así: las personas mayores se levantan al baño y, por el camino, zasca.
Ayer llegué por la noche a Madrid después de que el avión sufriera un ligero retraso (una hora). El piloto, muchilíngüe por cierto (inglés, alemán con un acento no malo) informó al pasaje de que la demora se había producido por causas totalmente ajenas a Iberia (en fin). A favor de las Líneas Aéreas de España (hoy, líneas aéreas dela BritishAirways) tengo que dejar constancia de la paciencia enorme de las azafatas del avión que me trajo ayer a España. Una señora argentina, acompañada de su santo esposo (una cosa entre Rafael Alberti y Pablo Neruda, del uno la espléndida melena blanca y del otro la abundante carnalidad) se quejaba de que no le habían dado a ella y a su santo la salida de emergencia en el Check-In.
La azafata:
–No sé qué ha podido pasar, que usted ha pedido la salida de emergencia y no se la han dado.
La señora, con un petulantísimo acento porteño:
–¡Pedido no, señorita! ¡Pagado! ¡Y muy caro!
En un tono que, si yo hubiera sido la azafata, la hubiera sentado de un pescozón. Pero como dijo aquel, trabajar con el público es muy esclavo. Todo sea por Dios.
Llegar a Madrid y darme cuenta de que me he hecho muy austriaco para ciertas cosas fue todo uno.
En primer lugar, porque creo que se me ha contagiado la tranquilidad (algunos dirán que sangre fría) centroeuropea. Esa entereza ante las adversidades de la burocracia o las líneas aéreas, que lleva a considerarlas como una especie de desastres naturales inevitables, producto de la impericia de estos países de los que no se puede esperar nada porque reina en ellos la impuntualidad y la desidia.
En segundo lugar porque, fue salir del avión y salir a las zonas públicas del aeropuerto de Barajas y empezar a ver gente en chándal. Pero ni siquiera estos chándales de marcas escandalosas –por caras- que en Viena gastan los salados miembros de la minoría (ex)yugoslava. Sino esas prendas deportivas que, en realidad, tienen más de pijama que de otra cosa y que, en los mercadillos, venden al lado de esas bragas que las señoras de la raza calé, con su gracejo habitual, anuncian como ideales “para taparos el bosque” (bonitas).
Tercera cosa que llama la atención de España cuando ya no estás acostumbrado a estar en “estepaís”: iba yo en el taxi maki(navaja) que me llevó a casa de mis señores padres, cuando me di cuenta de que, en los madriles, hay que ir con gafas de sol hasta a las dos de la mañana. No es extraño que la boina de contaminación lumínica de la capital de España se vea hasta en Soria, atontando a los pájaros, induciendo a error a las pobres aves. En el trayecto que hay entre el aeropuerto de Schwechat y mi casa de Viena hay tantas farolas como enla M-40en un trecho de doscientos metros. De modo que uno piensa que, con la mitad de puntos de luz se vería perfectamente lo cual redundaría en beneficio no sólo del medio ambiente, sino de las arcas de las empresas, que andan algo anémicas.
Y bien: lo dejo por hoy. Mañana hablaremos de Mari Cruz Soriano, la femme la plus recautchouctée de Zaragoza (y también, probablemente, una de las más amables).
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