27 de Abril.- Cuando yo era pequeño y el Canal + era pequeño también, había un programa que se llamaba 24 horas. Eran unos reportajes de una hora de duración, calcados, supongo, del 60 Minutes americano, en los que se trataba de hacer un seguimiento en profundidad, durante un día, de determinado fenómeno. Cuando se quemó el teatro del Liceo, volvieron a emitir el reportaje que le habían dedicado a la reposición de la Carmen, dirigida por Nuria Espert, en el célebre (y algo chamuscado entonces) coliseo barcelonés.
Por casualidad, grabé aquel reportaje, y me gustó tanto, que lo vi una y otra vez hasta casi sabérmelo de memoria. Salía una soprano chilena, que hacía la Carmen en aquel montaje, la cual, en un momento dado, se preguntaba por qué se tomaba ella todas aquellas molestias por hacer su personaje bien (con una modestia evidentísimamente falsa). No se me olvidará, porque me hizo mogollón de gracia. Lo recuerdo casi textualmente:
–…¿Y por qué aprendo a tocar las castañuelas si me las pueden tocar entre cajas? –las castañuelas, claro; y luego decía agarrándose un rizo- ¿Y por qué me encrespo el pelo si me puedo poner una peluca? ¿Eh? ¿Por qué me encrespo el pelo? –ella, por cierto, no decía “encrespo”, sino “encrehpo”, aspirando la h.
Desde entonces, cada vez que algo me supone una molestia que presupongo inútil, pero que acometo por sentido del deber, me digo para mí “Paco ¿Por qué te “encrehpás” el pelo? ¿Eh?”.
Escribiendo un blog de la manera en que yo escribo Viena Directo, siempre hay momentos de desánimo. Muchos ratos en que me pregunto que por qué me “encrehpo” el pelo. Procuro entonces recordar los momentos buenísimos que me ha dado este blog que mis lectores se llevan todos los días a las pupilas. En el futuro, uno de esos momentos que recordaré será el día de hoy.
Un equipo está grabando un programa en el que voy a salir (cuando se emita, lo diré con antelación) y ayer me llamaron para preguntarme si no me importaría hacer el Tour Imperial del palacio de Schöbrunn y contar cosas del emperador Paco Pepe y su familia. Acepté encantado. Han sido dos horas paseando por las habitaciones, cerradas a los visitantes, que ocuparon los Habsburgo durante su época como máximos dirigentes del imperio austro-húngaro. Un lu-ja-zo.
Yo ya había estado en Schönbrunn hacía muchos años, pero volver ha sido como reencontrarse con objetos que me hubieran pertenecido, porque cada recodo de aquellas habitaciones –hoy tocadas por la paz, un poco de panteón, de todos los museos- me recordaba una historia, una anécdota. En resumen, un trozo del amor profundísimo que le tengo a este país y a su historia y que espero que se transparente no sólo en el reportaje, sino en cada entrada de este blog.
El guía del palacio que nos ha acompañado ha tenido la gentileza de encender el alumbrado de la Galería Principal (ese trozo de Versalles transplantado a Viena) y ha sido espectacular ver el nuevo esplendor de aquel espacio, que lleva sólo tres semanas abierto al público después de haber sido restaurado.
Para esos momentos y otros como esos, “me encrehpo el pelo”.
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