
3 de Mayo.- El fotógrafo que hay en mí se alegra de que hoy haya refrescado un poco. Estos días atrás han sido un no parar porque no hace falta decir que, en Viena, el sol es una mercancía escasa y con sol todas las fotos salen mucho más bonitas.
El otro día, le decía yo a alguien que hay personas, sitios, a los que hacerles una buena foto no tiene ningún mérito. Uno saca la cámara, calza la lente que debe para que, en el cuadro, quepa toda la belleza que tiene delante, aprieta el disparador, y hala: ya está.
Ayer, estuve en uno de esos sitios. Se trata de la humilde laguna Dechant, en la Lobau. Se llega a él cruzando (con cuidadito, bitte) las vías de tren que corren paralelas al Danubio, por donde está la estación. Luego, se atraviesa un poco la floresta hasta llegar a un camino y se ve lo que está en las fotos que encabezan este post. La mejor hora para ir en esta época del año es a eso de las siete, cuando yo estuve ayer, porque ya no da el sol a plomo y se pueden ver los reflejos en el agua y, aunque suene cursi, los cisnes que van desplazándose tranquilamente por la superficie.
Como sucede en todo el parque natural de las marismas de la Lobau, el sitio estaba lleno de gente que practicaba nudismo –yo no fui menos, porque la temperatura lo estaba pidiendo a gritos-. Entre las matas, algún que otro hippy trasnochado tocando los timbales (los bongos o como se llamen), a mi lado, un pareja con un niño pequeño. Y el silencio (bueno, cuando el niño no lloraba). Por si mis lectores tienen curiosidad por saber cómo es el sitio en movimiento, si pinchan aquí podrán ver el vídeo que hice. El sonido es el original. El vídeo no es de muy buena calidad (está hecho con el teléfono) pero creo que se pueden hacer una idea de lo increiblemente bonito que es el sitio al que, por cierto, es facilísimo llegar en bicicleta (las ventajas de vivir en una capital de mediano tamaño).
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