11 de Mayo.- Seis accidentes de tráfico con víctimas infantiles en tres días. Sólo en Viena.
Las autoridades han decidido tomar cartas en el asunto (suponemos porque no le pueden meter una guaya a los padres). El trastazo más grave se produjo hace un par de días cuando el autobús 13A atropelló a un pobre chavalín que iba en patinete por la santísima calle (¡!). Su señor padre le acompañaba utilizando el mismo medio de transporte. Resultado: vino el autobús y la criatura sufrió un golpe del que, dicen los médicos que, afortunadamente, se recuperará.
De todas formas, la policía viení le ha dado un toque a la ciudadanía, más que nada para hacer énfasis en que, si los padres no cuidan de sus hijos y no ponen los medios, poco pueden hacer las autoridades. Asimismo, la policía vienesa ha destinado nada menos que a cien números para que vigilen cuidadosamente aquellas zonas consideradas peligrosas y ha lanzado un llamamiento (siempre quise hacer un post que incluyera esta expresión) para que el pueblo soberano mande fotos de esos sitios en los que los críos corren el riesgo de llevarse un trompazo de fatales consecuencias.
Sin embargo, a pesar de que los padres se desvivan y se desojen por cuidar de sus rorros, hay que reconocer que los niños de ahora no son como los de antes y que, en cuanto te das la vuelta, corres el riesgo de que los GEOS (los COBRA aquí) tengan que entrar en acción.
La otra tarde, en el paradisiaco barrio de Favoriten, meca y centro del proletariado de esta ciudad, se notó perfectamente el cambio generacional y las unidades destinadas a meterle mano a situaciones conflictivas tuvieron ocasión de lucirse. Y es que, señores si, antiguamente, cuando uno estaba enamorado y su churri le hacía el ignorito, a uno le daba por ponerse triste, melancólico y ojeroso y, en la mejor tradición becqueriana, componerle versos al objeto de su deseo, lo que mola hoy en día (sobre todo entre ciertas tribus juveniles) es cogerse un arma y dispararle indiscriminadamente a los transeúntes.
El otro día, en Favoriten, ya digo, un chaval al que su novia le había dicho ahí te pudras mundo amargo, la emprendió a tiros (por suerte con una escopeta de aire comprimido) con los pasantes de su calle, entre los que se encontraban unos niños cuyos padres (esta vez sí) ignoraban que se encontraban en un punto peligroso de la capital de los valses.
Llamaron las vecinas a la policía, la cual se presentó con todo su arsenal dispuesto a reducir al peligroso enamorado, del cual se supo luego que, aparte de poseer un corazón llameante, también era ultra de un equipo de fúrgol capitalino. Intervino un psiquiatra experto en negociaciones y el chaval disparador sostuvo que sólo depondría su actitud si su Julieta se personaba allí mismo y accedía a renovar el vínculo que, la muy ingrata, había mandado a freir monas. Lo que en las películas se describe con la juguetona expresión “dar una segunda oportunidad”. No accedió la muchacha, o los polis no pensaron que fuera necesario, no fuera a haber más desperfectos en cuerpos ajenos. A la media hora de tira y afloja, el afligido se entregó. No con la pasividad que se le supone a los que salen corneados de un lance amoroso. Aún tuvo tiempo de causar daños al coche de policía que le trasladaba a un sitio en donde pudieran decidir qué hacer con él.
Por cierto, los periódicos tuvieron el detalle de publicar que no se llamaba ni Ahmed, ni Magmut, ni Dragan: este era un vienés de toda la vida. Of black leg. De pata negra, vaya.
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