12 de Mayo.- Hay un momento en Todo Sobre Mi Madre en que La Agrado, el personaje interpretado por Antonia San Juan, recibe un ramo de flores de manos de un fornido mensajero. El chaval le tiende un cuaderno para que le fime el recibo. La Agrado, lo coge , echa el autógrafo y, mirando elocuentemente al mensajero, dice:
-A mí me llaman La Agrado porque me gusta hacerle la vida agradable a la gente ¿Sabes?
El mensajero la mira de arriba a abajo, hay un medidísimo silencio (en detalles como ese se ve la maestría de Almodóvar dirigiendo actores) y el tipo coge el cuaderno que le tiende La Agrado y luego dice:
-Chachi.
Se da la vuelta y se va dejando a la otra con un palmo de narices y, a nosotros, con una carcajada en las mandíbulas.
Creo que, si hubiera que hacer un balance, un año después, de lo que ha significado el movimiento 15-M sería exactamente esa escena de película. La sociedad española era La Agrado, que le dijo a los políticos: señores,esto no puede seguir así, hagan ustedes algo. Los políticos, miraron a la sociedad, tan emputecida, pero tan digna como el personaje de Antonia San Juan. Se hizo un largo silencio (la Acampada de Sol, paradójicamente cargada de palabras) y luego los políticos dijeron “Ah, vale, chachi”, se dieron la vuelta y se pusieron a su bola.
Incluso para aquellos que creían con una fe inquebrantable (y quizá digna de mejor causa) que el 15-M transformaría las estructuras de la sociedad, resulta claro que “el movimiento” ha perdido toda su fuerza y se ha pronunciado en él ese punto entrañable y cutrecillo que lo emparentaba con aquellos personajes de La Movida que todos sabíamos que habían nacido para perder.
Todo, eso sí, resultó muy fotogénico. Todo, como la realidad debería ser si la vida fuera justa y Dios tuviera un paraiso para los perros callejeros; pero ni el 15-M cambió nada (salvo que los políticos se volvieron un poquitín más cuidadosos con lo que decían, pero sólo un poquitín) ni la asistencia a aquellas asambleas eternas en las que hervían a partes iguales el espíritu infantil y cierta nobleza romántica que todos dejamos atrás en la adolescencia, sirvió para que los “quince-emeistas” establecieran en algún momento su residencia en la tierra y abandonasen sus lisérgicos viajes por mundos hechos de trapos, palos y recortes del Mundo Obrero.
El 15-M ha sido la última flor que se nos ha muerto entre las manos y el mundo ha seguido andando. La vida avanza como un carnaval y a nosotros nos ha dejado, como siempre, melancólicos en medio de la calle silenciosa, llena de restos de todo, empedrada de los trozos sucios de miles de inocencias imposibles ya de reconstruir.
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