Austria es glamour (vista por el lado correcto,claro)

Sombreros, glamour
A.V.D.

18 de Junio.- En el aparcamiento de un Kika –gran cadena austriaca dedicada al mueble barato- que hay en un punto perdido de una carretera de Baja Austria, todos los domingos del año hay un mercadillo de cosas de segunda mano, y productos de primera a precios favorables.

Para que mi madre vea que no todo es glamour y Klimt en EPR (Esta pequeña República), tomamos el desvío y aparcamos en medio de un desierto de hormigón que no cuenta ni con la misericordia de un árbol raquítico que le dé sombra.

En medio de la irregular plaza que las tiendas delimitan, un pequeño puesto de salchichas y calorías al por mayor (a precios al por menor) “ostentado”, que diría cualquier redactor de Público, por una señora que tiene edad de haber conocido personalmente al emperador Francisco José.

Cruzamos una carretera de servicio y entramos en lo que parecen los restos del fin del mundo dispuestos en un ordenado caos.

En el primer puesto hay un caballero que soporta estoicamente la solanera (yo llevo la cabeza cubierta por prescripción médica pero el vendedor va a calva descubierta). Miramos unas curiosas teteras con torre.

Son cafeteras –nos aclara el caballero, y se pone a explicarle a mi madre, en alemán, que los recipientes de porcelana blanca son los abuelos de las cafeteras italianas de filtro y presión que hacen las delicias en el mediterráneo (y que poco a poco van siendo arrinconadas por las Nespresso del tito George). Nuestro amable chófer, austriaco, le aclara al vendedor que su paciente interlocutora es española y que no se está enterando de nada. El caballero no se amilana:

No, si yo se lo cuento a usted para que se lo traduzca.

Precios: como las cafeteras son antiguas, nos cobrarían entre veinte por las de tamaño mediano y cuarenta por las grandes.

Siempre hay que regatear –aclara nuestro chófer. Pasamos de largo. Como adorno, las cafeteras son más bien feúchas, y como objeto doméstico…En fin ¿What else?

Diferentes cámaras fotográficas destripadas, sables corroídos por el salitre de la historia, faldas zíngaras de cuentas y espejuelos que un vendedor indio le ofrece a mi madre  porque son el complemento indispensable de la mujer moderna –de Calcuta-.

Al fin, llegamos a un puesto con unos pañitos bordados. Mi madre se acerca y se pone a mirar los blancos, ideales para la mesa de cristal de su salón. Se acerca una señora cincuentona, más bien renegrida. Como en las pelis del oeste, mi madre la mira, la señora hace un gesto y pone un seis con los dedos. Nueva intervención de nuestro cicerone.

Muy caro.

Mi madre sigue mirando y, al paso de uno de los modelos, yo le hago una observación. La señora renegrida despierta de su letargo y con un sabroso acento tropical, dice:

¿Ah, pero hablan ustedes español?

Mi madre sonríe, dispuesta a utilizar toda su simpatía (que es mucha) de ama de casa española para ver de rebajar el precio.

Sí, soy de Madrid.

-Si se lleva más de uno se los dejo más baratos.

Se entabla un toma y daca. La vendedora propone modelos, la clienta dice que no. Al final, mi madre se queda con dos pañitos blancos muy monos.

Venga, como te llevas dos te los dejo en cinco euros cada uno.

Saco la cartera para pagar. Mi madre se niega a que yo pague y dice:

Pago que aquí la jefa soy yo.

La sudamericana explica que en su casa el jefe es su marido y que nanai de comprar nada que a él no le guste. Está claro que me está tomando por el marido de mi madre. La que me puso en el mundo, la saca de su error y le explica que vivo aquí. La mujer, dominicana, le pregunta a mi madre como si estuviera oliendo mierda (con perdón):

¿Y le gusta esto?

Mi madre se deshace en elogios sobre Viena y Austria en general y la dominicana, que echa de menos su tierra, la deja hablar, pero se ve a las claras que ella ha visto poco Klimt y demasiados aparcamientos expuestos a las inclemencias del tiempo para poder apreciar Austria en lo que vale. Y vale mucho (vista por el lado correcto, claro).

 


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