El post de hoy es especial. Lo ha escrito mi amigo Gonzalo que, con otros dos españoles, hizo el viernes pasado el camino desde Viena hasta Kiev para vivir en directo el triunfo de la selección española.
Como Gonzalo es tan generoso, se ofreció a contar su experiencia en el artículo que copio a continuación, en el que no sólo demuestra que escribe fenomenal, sino una bonhomía y un corazón europeo y cosmopolita que ya quisieran para sí los políticos que nos malgobiernan.
Por todas estas cosas y por su amistad, con la que sé que cuento, le agradezco públicamente el esfuerzo que se ha tomado en utilizar su experiencia para hacer un análisis agudísimo, según su costumbre, de la realidad de esta Europa nuestra y animo a mis lectores a que, si les apetece, me manden textos que yo publicaré gustoso siempre que cuadren con la línea de este blog.
Y, sin más, el artículo de Gonzalo.
Entre Galitzia y Pascual Falcó
Al consumarse la triple corona, cuando sonaban las últimas estrofas de Paquito el Cholatero en el Olímpico de Kiev, los españoles presentes pensamos que los moros y cristianos son una fiesta universal que todo ser humano debería de abrazar con igual entusiasmo. Porque escuchar las estrofas del pasodoble de Falcó a cuatro mil kilómetros de España es algo tan inaudito como divertido. Como también lo es que los españoles hayamos pasado de ser victimas de nosotros mismos o de un arbitro comprado, a escaparate de virtudes deportivas que hacen de nuestro pasaporte una pieza respetable. El día de la resaca, a los que atravesamos la frontera de vuelta a la UE, los funcionarios de aduanas eran capaz de sacar el duende de la botella de vodka y tocarnos las palmas.
El fútbol es un juego, una profesión para algunos y una afición para la mayoría. Por lo tanto, a pesar de que los futbolistas hayan reencarnado a los seculares héroes de guerra, las virtudes no dejan de ser futbolísticas, eso sí, teniendo unos efectos extraordinarios en quiénes son capaces de apreciarlas y transmitirlas. Y es que a los españoles de los últimos siglos se nos ha dado muy mal el trabajo, la abnegación y la humildad, combinados con la sana ambición. Claves que a nuestros futbolistas los han convertido en los reyes del fútbol mundial.
Pero además, es que la selección ha posibilitado a los españoles ensanchar los horizontes, no sólo por haber conquistado títulos y corazones en tierras extrañas sino porque a nosotros, los aficionados que la seguimos con más o menos constancia, nos ha dado argumentos para abrirnos hacia afuera, oxigenar la casa, sentirnos orgullosos. Cuando atravesamos los montes de Galiztia para adentrarnos en la vasta estepa ucraniana, hemos visto como el amor no se para en la frontera, sea política o cultural y que los límites de Europa se extendenderán hasta donde quieran sus ciudadanos. La pancarta que mejor resumen lo vivido por los anfitriones de esta Eurocopa de 2012 la atinaron a dibujar dos chicas ucranianas y que fue highlight en la Fan Zone de Kiev: Europe I will miss you. Ahí se resume el anhelo de un pueblo avasallado y humillado históricamente, que por medio del fútbol ha recompuesto en parte su dignidad. Sin embargo, el hecho de que miles de europeos del oeste, hayamos atravesado la barrera psicológica, transitado por sus calles, comidos su guisos y admirado sus monumentos, es un hecho revolucionario en una época sin revoluciones.
Los de Vicente del Bosque, junto con los miles de españoles que hemos acumulado kilómetros para estar juno a ellos, han demostrado que existen otras maneras de hacer patria. Y ésta no es algo estático y cerrado que obedece a fronteras postizas y tradiciones inservibles sino algo que por estar vivo, convence a todos y, sobre todo, transmite alegría. Igualito que un pasodoble.
Gonzalo es ingeniero, tiene treinta años, y vive en Viena. En la actualidad, estudia Ciencias Politicas.
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