En un marco de plata

Fotos Micaela
A.V.D.

6 de Julio.- Ayer, sentado en la terraza de un restaurante, rodeado de amigos, tuve un espejismo. Por un momento, me pareció ver cómo llegaba y se sentaba una de las pocas personas de este mundo a las que nunca me hubiera cansado de escuchar. Era un caballero con gafas, nariz inquisitiva, melena blanca peinada hacia atrás, igualito que un profesor que tuve en la Universidad: el distinguido poeta D. Jorge Urrutia.

Don Jorge, a quien seguí en todos los cursos y asignaturas de libre elección que pude, me enseñó principios de semiótica.

¿De qué? De semiótica.

La semiótica es la ciencia que estudia los signos. Y los signos, queridos lectores, son todo en esta vida.

Signos son las letras que, asociadas a sonidos, convierten este texto mío en una voz que suena en estos momentos dentro de tu cabeza; signo es –y esto lo confirmé con Urrutia, pero ya lo intuía- cada cosa que aparece en una pantalla de televisión.

Por ejemplo: ¿Se han preguntado mis lectores por qué todos los ejecutivos americanos de las películas tienen una foto de su esposa (regordeta, rubicunda), bien visible, en un marco de plata encima de la mesa?

A su señora la ven todos los días, se pelean con ella, la observan mientras se depila las piernas a cuchilla –esa visión, y sobre todo ese ruido (rasrás), que debe de ser una de las cimas de lo erótico-; duermen o intentan dormir junto a ella mientras ronca y la invitan a cantidades ingentes de chocolate cuando la revolución hormonal mensual hace que tengan ganas de enviarla a Afganistán a que le calcen un burka.

¿Por qué, entonces, tiene nuestro ejecutivo la foto de su santa encima de la mesa, y no la de, por ejemplo, un objeto sexual más atractivo (sumamente neumático, que estamos hablando de americanos) o de la moto que se quiere comprar con el bonus de este año? Pues muy sencillo: porque el guionista de la serie quiere que sepamos que este hombre es un amante de la familia como institución. Darnos información sobre su ideología, explicarnos (¡Con sólo una foto!) que pasa los domingos segando al milímetro el cesped de su chalet y jugando con su hijo al béisbol.

La mayoría de estos detalles pasan desapercibidos y están puestos ahí para que el espectador los registre inconscientemente. Resulta un juego apasionante descubrirlos.

El martes por la noche, después de la maratoniana sesión cuya tirantez hizo que, en el parlamento austriaco, se plantearan cambiar el reglamento para que los diputados no acaben un día a hostias como en Corea (la buena, que en la otra no hay parlamento), se produjo en la televisión austriaca un debate moderado por la periodista Ingrid Turnher (para que mis lectores se sitúen, la Rosa María Mateo de Austria).

Los portavoces de los cinco partidos austriacos con representación parlamentaria (Socialistas, Populares, Verdes, más el neofascismo del FPÖ y BZÖ) se juntaron a explicarle a los austriacos por qué, en cada caso, cada uno había votado lo que había votado en relación al Fondo de Estabilidad Financiero de la Unión (ESM, por sus siglas en alemán, Paraguas de Salvamento su nombre popular).

Estaba claro desde el principio que aquello sería lo que fue: un duelo de carneros en el que todos hablarían a la vez y nadie se movería de los corralitos ideológicos previamente fijados. Pero hete aquí que, como el espacio se llamaba Runde Tisch (o sea, mesa redonda, en lengua vernácula) el realizador se sentía obligado a pinchar, de vez en cuando, una cámara situada en posición zenital para que se viera la dicha mesa (y con ella, lo que cada debatiente tenía consigo). En todos los casos, menos en uno, sendas tarjetillas con apenas cuatro notas. Strache, sin embargo, tenía colocados encima de la mesa varios mazos de folios llenos de flechas, datos, esquemas, cifras resaltadas con rotulador fluorescente.

Unos papeles que, de manera muy llamativa, consultó solo un par de veces durante los tres cuartos de hora que duró la conversación (por llamarla de alguna manera). Eran, ya lo habrán supuesto mis lectores, unos papeles-signo, que Strache sacó para aparentar que es un entendido en economía, que llevaba preparada la discusión. En definitiva, que la razón estaba con él.

A los pobres siempre les impresiona mucho el brillo del dinero (por eso los nuevos ricos exhiben signos de su riqueza en cuanto la tocan), a los horteras, el prestigio de la elegancia. A los analfabetos, lo que más les impresiona, es la abundancia de letra.

Comentarios

Una respuesta a «En un marco de plata»

  1. Avatar de Intxaurtsu

    Interesantísimo el tema de la semiótica.

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