17 de Julio.- Hoy, el diario español El Mundo llevaba a su portada el hecho de que, según datos del INE, en lo que llevamos de año ha aumentado espectacularmente el número de españoles que han decidido hacerse un rosario con los dientes de marfil de sus parejas y decirle adiós a su España querida, para emprender, acto seguido, el camino del Reino Unido de Maribel (de Windsor), los Estados Unidos (de Obama), Venezuela (estos, los que no consiguieron en el cole aprender inglés “a nivel de usuario”) y, por último, Alemania.
Era corto el texto un artículo doliente y, la periodista que lo firmaba, parecía lamentarse de que el país que me vio nacer se haya convertido en uno de emigrantes, en vez de seguir atrayendo lo mucho y bueno que los nacionales de otras tierras han estado aportándole a España durante la última década y media.
Como mi hermano, que es un “jachondo” mental me decía el otro día, los españoles, con la eficacia que nos es característica, después de habernos cepillado la economía propia, nos hemos lanzado a hundir la de nuestros colegas de todo Occidente, quizá como venganza por no haber comprado nuestros bonos o quién sabe si impulsados por esa mala entraña (tan nuestra) que lleva a todas nuestras mujeres a llamar zorránganas o imbéciles a las más bellas de sus compañeras, o a los hombres a calificar de maricones o sidosos a los más favorecidos de sus congéneres.
Naturalmente, emigrar exige algún esfuerzo; un esfuerzo que los españoles aún (aún) estamos dispuestos a arrostrar.
Sin embargo, una parte del pueblo griego, con la genialidad que llevó a sus antepasados a inventar la democracia, los juegos olímpicos, la geometría euclidiana o a poner los cimientos de la trigonometría, ha encontrado la solución definitiva a las incomodidades que conlleva tomar las de Villadiego. He aquí la idea genial: emigrar sin salir de casa.
Cómo se les ha quedado el cuerpo a mis lectores. Pues aquí hay más
Los habitantes de la isla griega de Ikaria, hartos de ser súbditos de un país en quiebra permanente y que, para colmo, ni gana copas de la vida en el fúrgol ni nada, han decidido (referendum mediante) declararse independientes de Atenas y hacerse…Tachán: ¡Austriacos! Toma ya: nosotros ponemos el ouzo y las chatis en bikini y vosotros una cifra presentable de déficit público.
De momento, ni la cancillería ateniense ni la viení se han pronunciado sobre este deseo de autodeterminación del pueblo de Ikaria, sin duda un caso raro en el devenir de la Humanidad. Tradicionalmente, aquellas entidades nacionales que sentían en su seno el latido del orgullo tribal pretendían independizarse de un poder al que consideraban ajeno y opresor, para emprender el vuelo solitario por los cielos de la Historia. Pocos casos ha debido de haber como el de los de Ikaria, decididos a que les ponga un piso aquel que pueda pagarse el lujo de tener una colección de playas recoletas en el Mediterráneo. Cosas veredes.
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