
19 de Julio.- Por los artículos que escribo, podría pensarse que Viena, esta capital en la que vivo, es una balsa de aceite en la que nunca pasa nada. Que sus taxistas son seres seráficos que, al contrario que en otras urbes europeas, no se acuerdan nunca de la profesión de la madre de otros compañeros de volante; que reina una concordia en la que el enfado es imposible, y la violencia un concepto reducido al abstracto mundo de los diccionarios. Que los políticos son tenidos por personas sensatas y sus decisiones tomadas, en el peor de los casos, como el menor de los males posibles.
No es así, sin embargo. Y aquí, como en todas partes, se cuecen habas y los políticos se enfrentan también al brete de tomar decisiones impopulares que escuecen mucho a los ciudadanos.
Como esta de la que voy a hablar hoy.
Viena, la capital de los valses, está organizada en distritos. Para que mis lectores se hagan una idea, más o menos en la forma de una ensaimada mallorquina. El primer distrito es el central y abarca lo que fue la ciudad amurallada hasta el siglo XIX y los más modernos, que fueron creados en la época del tito Adolfo, son el 22 y el 23, llamados aquí Transdanubia, porque se sitúan al otro lado del río que nos riega.
Para aparcar (gratis) en la almendra central de Viena hacen falta unas pegatinas que se colocan en la luna delantera del coche. Se las dan a los residentes, claro está. El resto de los conductores tiene que pagar. En los estancos, se venden unos blocs de vales de aparcamiento para una hora, media hora o dos horas, a tanto la pieza. Los conductores que quieran estacionar su coche en estas zonas de pago de la ciudad tienen que colocar bien visible uno de estos vales (convenientemente relleno). En caso de olvidarse o de omitir este deber fijado por la administración municipal, los llamados sherifs les pueden cascar una multaca.
Pues bien: sucede que la coalición rojiverde (socialistas y verdes) que gobierna el consistorio viení se ha propuesto atajar los problemas de movilidad que congestionan cada día las arterias de circunvalación capitalinas y potenciar el uso del transporte público entre los trabajadores que, viviendo en las regiones limítrofes a Viena (principalmente Burgenland y Baja Austria), se desplazan cada día a la capital en su coche particular, aparcan el vehículo y luego cogen el metro o el autobús para desandar por la tarde el mismo camino y producir el mismo bochinche viario que al principio del día.
Así pues, con gran escozor por parte de la ciudadanía, los políticos han decidido implantar el sistema del aparcamiento de pago también en algunos distritos exteriores de la ciudad. A partir de este próximo otoño.
Naturalmente, la oposición municipal (el maltrecho partido popular, la ultraderecha populista y rugidora) se han frotado las manos, y han recogido firmas para convocar una consulta popular en la que los ciudadanos van a pronunciarse sobre si quieren pagar o no pagar por aparcar en la ciudad.
Los argumentos de la oposición son variados: los conservadores, van, se ponen y dicen que mueve a la coalición rojiverde un mero afán recaudatorio (“¡Quieren más dinero para poder despilfarrarlo, evitémoslo!” Una cosa así) los fach…Digooooo, la ultraderecha, que los rojiverdes quieren imponer un sistema comunista (sic), atacar la libertad personal, la sacrosanta de embotellar las arterias principales de la ciudad y poner el aire hecho un asco a base de humo de gasóil.
Ante la presión popular (del pueblo, no del partido) y las firmas, el consistorio viení se ha visto en la obligación de convocar una consulta que tendrá lugar, eso sí, después de la implantación del nuevo sistema.
Esto ha sido visto por la oposición como un gran triunfo y ya hay quien se alegra de la próxima caida del alcalde actual, Michael Häupl, como si se tratara de la de un sátrapa oriental.
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