26 de Julio.- En un blog como este que es, en principio, para todos los públicos, uno se corta de tocar según qué temas. Alguno de mis lectores dirá que esto se debe a un anticuado sentido del decoro, pero yo respondo que no es por mojigatería, sino por vergüenza torera literaria. Y es que, señores, es triste la situación de un autor que se pone delante de un folio y no se le ocurren otros temas que el intercambio de fluidos y el tracatrá del molinillo.
Sin embargo, hay momentos en que es inevitable descender con valentía a la arena de la actualidad. Y es que, en estos días, en Austria (y también en Alemania) se ha hablado mucho de pitos.
Ya se sabe que los chicos desarrollamos una relación muy personal con nuestra pichulina. Desde pequeños, porque es el emblema más visible de nuestra masculinidad y, además, porque supone una indudable ventaja contar con un artilugio direccionable cuando toca, por ejemplo, expulsar al exterior los productos de la actividad renal.
Ya de mayores, cuando esta parte de nuestro cuerpo crece también en el aspecto semántico y pasa a merecer rimas más contundentes y sonoras (con secuoya, por ejemplo) el pajarito y lo que le rodea se convierte en uno de los hitos alrededor de los cuales se desarrolla nuestra vida diaria. Con lo cual, esta relación de la que yo hablaba más arriba, se refuerza; y los chicos disfrutamos de lo que Dios nos ha dado utilizándolo como gozosa fuente de placer (autopropulsado o inducido por terceras personas) y, en algunos casos, incluso como sustituto del propio cerebro (todos conocemos a varones de los que podríamos afirmar que piensan con la entrepierna).
Esta importancia simbólica del pirulí no ha pasado desapercibida para dos de las tres grandes religiones presentes en nuestro espacio cultural: la islámica y la judía. Para ambos pueblos, la circuncisión ritual marca el principio de la vida de un niño. Siendo así, no es extraño que hace días se despertase el juguetón animal de la polémica cuando se prohibió a los judíos de la ciudad de Colonia el circuncidar a sus niños, bajo el pretexto de que suponía un severo daño corporal.
Teniendo en cuenta la conflictiva relación que los alemanes han tenido en épocas pasadas con sus paisanos descendientes de Abraham (pongan mis lectores en la misma frase las palabras “seis millones”, “gas”, “judíos” y nazis” y sabrán de lo que hablo) no es extraño que la medida haya levantado las proverbiales ampollas (las cuales, por cierto, también riman con secuoya).
Llovía sobre mojado, pues, cuando el gobernador del pequeño land austriaco de Voralberg, Sr. Markus Wallner, prohibió ayer que se realizasen circuncisiones en los hospitales públicos del territorio a su cargo. Lo cual, a ojos de mahometanos y hebreos es igual que prohibir los bautizos o pretextar que el pan blanco de las hostias tiene gluten o es alto en glucosa para cepillarse de un plumazo las primeras comuniones.
En Alemania, de momento, la canciller Merkel, entre cumbre y cumbre para salvar el Euro, ha abogado por encontrar una solución jurídica viable al problema que ha planteado la decisión de las autoridades de esa ciudad en donde la tradición dice que están enterrados Melchor, Gaspar y Baltasar.
En Voralberg, de momento, no se sabe.
Otro que ha tenido que llevar ante la justicia un incidente relacionado con el uso de su pito ha sido un joven salzburgués el cual, durante su servicio militar, no tuvo más remedio que denunciar a un superior por haber hecho un uso que él considera inapropiado de su miembro (del miembro del recluta, obviamente; no se sabe qué uso hizo el superior del suyo propio).
Los hechos, según han ratificado los tribunales, ocurrieron así: tras una noche de copas, con una ingesta alcohólica presuntamente alta, el recluta empezó a quejarse de ciertas molestias. Su superior se ofreció, amablemente, a llevarle a la enfermería del cuartel para ponerles remedio. Sin embargo, no lo hizo así, sino que llevó al recluta a su propio alojamiento y le dejó tenderse. Alcanzada la posición horizontal, el recluta cayó pronto en brazos de morfeo. Pasado un rato, el chaval se despertó (se conoce que notó frío) y se encontró con los pantalones por los tobillos y a su superior realizándole la respiración boca a boca por el orificio que no era. O, dicho de otra manera, y en la mejor tradición de la camaradería militar, efectuándole una concienzuda limpieza de sable.
Se disiparon al instante los vapores etílicos de la cabeza del muchacho y , después de subirse los pantalones, se apresuró dirigirse a los superiores de su superior para comunicarles a) que había pillado al otro imposibilitado para ofrecerle una disculpa de palabra y b) las amenazas que, sin tener ya la boca llena, había proferido el agresor si se atrevía a denunciar los hechos.
La justicia salzburguesa, tras la prueba de los hechos, como es natural le ha dado la razón al ofendido y ha condenado al ofensor a una multa astronómica, aparte de imponerle la obligación de asistir a una terapia para que consiga dominar sus impulsos y no asalte a más mocitos, ya que era reincidente y otros dos muchachos se habían quejado ya de las familiaridades que se permitía aprovechándose de su cargo.
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