
La historia que hoy traemos a Viena Directo tiene todos los ingredientes de la mejor literatura: familias destronadas, violencia, intrigas y una lucha a veces despiadada por el poder y la corona española.
El carlismo marcó durante todo el siglo XIX y gran parte del XX las relaciones entre Austria y España, dejando una huella en la política europea de su tiempo que es tan desconocida como apasionante.
En la tradición de abrir este espacio a gente que tenga cosas que decir (y que las sepa decir bien) hoy empieza una serie en la que Luis, historiador que vive en Viena, va a darnos un paseo por este trozo de nuestra historia. El capítulo de hoy es una introducción al carlismo en general y a la biografía de una de sus cabezas más conspícuas: el duque de San Jaime, Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este.
El Carlismo en Austria (I)
Cuando hoy en día pensamos en las relaciones históricas bilaterales mantenidas entre familias reinantes de España y Austria, es inevitable hacer referencia al monopolio de éstas por la Casa de Austria, o como se la conoce en la historiografía no hispanoparlante, la dinastía de los Habsburgo.
Los intensos vínculos que se desarrollaron entre ambas líneas de esta familia perduraron hasta finales del siglo XVII y dejaron una profunda huella en el devenir histórico de ambos países. Con la llegada de los Borbones al solio español, tras la traumática Guerra de Sucesión Española, se inicia un nuevo sendero en las relaciones de ambas potencias, si bien con escasos resultados políticos y dando como resultado dos matrimonios desde mediados del siglo XVIII hasta finales del XIX (el de la infanta María Luisa de Borbón con el emperador Leopoldo II y el de Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo-Lorena).
No obstante, existió una tercera vinculación hispano-austriaca en materia dinástica. Hablamos del exilio de miembros carlistas en Austria. Cabría imaginarse que no existía un mejor destino para una familia legitimista que hacía de la religión católica y su antiliberalismo sus estandartes políticos. Tras quedar sofocado el alzamiento liberal de 1848, que había agitado los pilares del poder en media Europa, el Imperio Austriaco había salido reforzado estableciendo un férreo régimen policial y consolidando un estado conservador bajo la égida de Francisco José, un longevo emperador que se identificaba con los valores del absolutismo más reaccionario. A la luz de tal coyuntura, no es de extrañar que Austria diese voluntariamente amparo a todas aquellas familias destronadas que destacaban por la ortodoxia de sus ideales conservadores.
Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (1849-1936), duque de San Jaime, se estableció hacia 1875 en Graz, capital de la región de Estiria. Su madre, la devota María Beatriz de Austria-Este, había ingresado tiempo atrás en un convento carmelita de dicha ciudad. Alfonso, como había sucedido otras veces en su vida a raíz de su implicación en la defensa internacional del absolutismo, se había visto obligado a tomar el camino del exilio. Pero esta vez era la definitiva. El infante había tomado parte activa como comandante general en la Tercera Guerra Carlista instigado por su hermano mayor Carlos –líder de los tradicionalistas- a tomar las armas contra la rama liberal de los Borbones asentada en el trono español. Tras la derrota del bando carlista, se paralizaban sus actividades como legitimista en la Península. Su llegada a la ciudad austriaca provocó inmediatamente las protestas de los estudiantes opuestos al régimen conservador. Su figura irradiaba para ellos una propaganda nefasta como representante de un movimiento reaccionario y conocido por la despiadada violencia ejercida por este durante la última contienda civil española. Incluso el emperador vio necesario destacar una tropa de húsares frente a la villa del duque con el fin de garantizar su protección. Daba la impresión de que la novedad de la presencia carlista en suelo austriaco no hubiese dejado indiferente a nadie.
No obstante, los clamores perdieron pronto fuerza y la presencia del duque carlista pasó relativamente desapercibida durante los 20 años que residió en Graz. Pero una vida apacible en el exilio dorado que la seguridad del régimen habsbúrgico garantizaba no se tradujo en una renuncia a sus aspiraciones legitimistas. Todo lo contrario. Don Alfonso, desde su nueva residencia en Viena, se implicó activamente en diversas actividades ligadas a las funciones propias de una familia reinante, tal y como lo muestra por ejemplo su colaboración en la organización de asociaciones contra los duelos. Un noble gesto del que usase quizás para ayudar a redimir su mala conciencia por las responsabilidades ejercidas como militar durante la guerra española.
El 2 de octubre de 1931 llegó a sus oídos el fallecimiento de su sobrino el duque de Anjou, don Jaime. Inesperadamente, el discreto residente vienés se convertía de ipso facto en el nuevo pretendiente carlista.
Luis es historiador, vive y trabaja en Viena y en la actualidad investiga las relaciones entre la corte madrileña y la vienesa durante el siglo XVII.
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