30 de Julio.- Hace algunas semanas, este blog, que normalmente es una balsa de aceite, se vio sacudido por una corta polémica.
Algunos de mis lectores, inflamados de amor por la antracita española (que es la que mola), me afeaban que estuviera de acuerdo con que se cierren las explotaciones de carbón españolas (las únicas sobre las que el Gobierno de mi país conserva algún poder) porque me parecía (y me sigue pareciendo) una barbaridad subvencionar una industria que, entre otras cosas, representa un peligro brutal para la especie humana y la vida en este planeta tal y como la conocemos (una vida que, por cierto, tampoco es que sea ninguna maravilla, las cosas como son, pero que es la única que tenemos).
La quema de combustibles fósiles, que aún continúa (y lo que te rondaré) y contra la que consumidores y votantes podríamos hacer tanto (¿No somos, al fin y al cabo, los votantes consumidores de la política?) está cepillándose el clima en una espiral que no hace sino agravarse cada vez más rápido con el paso de los años. Y el asunto no es ninguna coña desde el momento en que están en peligro vidas humanas.
Sólo tres ejemplos: el primero, la sequía angustiosa que está asolando el sur de los Estados Unidos. La peor en cincuenta años. Da lástima ver a los animales famélicos y los campos resecos y cuarteados. La sequía influirá directamente en el precio de los alimentos. Del trigo y del maiz. Por no hablar de la carne.
El segundo, el deshielo de Groenlandia, que ha alcanzado este año cifras record. Por supuesto, que Groenlandia tire a verde en vez de a blanco, como debería ser, no es ninguna anécdota: la bajada del nivel de salinidad de los mares provocará cambios (cuando no la desaparición) de la Corriente del Golfo, la responsable de que Vigo no tenga inviernos de veinte grados bajo cero, como Chicago o Nueva York ,que vienen a estar en la misma latitud.
El tercer ejemplo, me pilla más cerca: este verano se están batiendo todos los records de precipitaciones en Austria. Las tormentas están siendo devastadoras. La semana pasada, por ejemplo, una lengua de barro redujo en pocos minutos a la nada una gran parte de la localidad de Sankt Lorenz.
Impotentes, los habitantes del pueblo tuvieron el tiempo justo de ponerse a salvo. Los daños ascienden a varios millones de euros. Por no hablar de las vidas de esas gentes que se han quedado sin nada.
Los técnicos del Gobierno austriaco explicaron que la catástrofe se había debido a que la tierra, empapada por días y días de lluvias en cantidades desacostumbradas, no tuvo la capacidad de absorber una tromba de agua que barrió con todo lo que encontró a su paso.
No ha sido el único caso. Ayer, en la localidad de Pöchlarm, una tormenta súbita y ultraviolenta, terminó con una fiesta medieval que se estaba celebrando en el castillo de la localidad y dejó el lugar convertido en el paisaje que queda después de una batalla. Fuera de los daños materiales, la tormenta de Pöchlarm tuvo otra consecuencia dramática: un niño de siete años quedó huérfano. Su padre, estanquero de profesión, fue aplastado por un árbol que derribó el vendaval.
Se da la circunstancia de que el joven Lukas, que así se llama el chavalín, perdió a su madre hace seis meses a causa de un infarto. Ahora, ya no tiene a nadie.
La alteración del régimen de precipitaciones sobre Austria y toda Centroeuropa, al igual que el extremamiento de las manifestaciones meteorológicas, se deben a un desplazamiento hacia el sur del Jet Stream. Con el Jet Stream también se ha desplazado hacia el sur la zona de contacto entre las masas de aire polar y las masas de aire caliente procedentes de África y del sur de Europa. Este desplazamiento, que va a seguir produciendo muertos en los próximos años, es consecuencia directa del cambio climático. Y el cambio climático, como los científicos no se cansan de repetir, es producto directo de la actividad de los seres humanos.
Es en este punto en el que quizá convenga preguntarse si no resulta más económico invertir en energías que no agraven lo que ya, de todas maneras, no se va a poder parar.
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