10 de Agosto.- El Gobierno español y, con él, la población de Celtiberia, se encuentran en una situación angustiosa.
Con una tasa de paro que sólo se puede calificar de salvaje, y una coyuntura económica que no hace presagiar una pronta recuperación, hay un excedente laboral del que resulta urgentísimo librarse.
Por dos cosas: por un lado porque el Gobierno –o quien piense por él- cree que, como sucedió durante el franquismo, los emigrantes pueden resultar un sostén financiero a través de las remesas de dinero que manden a sus familias y, por otro lado, porque resulta evidentísimo que, ese veinticinco por ciento de personas que se levantan todos los días sin nada que hacer, serán, si nadie pone remedio, una bomba social a medio plazo.
Por lo mismo, no hay que ser un lince para detectar que alguien, desde arriba, le ha dado una consigna a los medios de comunicación españoles: presentar como una opción atractiva la de marcharse a trabajar al extranjero.
La cosa empezó hace algunas semanas con un artículo de El País en el que se pintaba Europa como el país de Jauja y la tierra del Prese Juan (juntos).
Desde ayer, la edición digital de El Mundo ya ha publicado dos artículos dos en el mismo sentido, dirigidos al mismo público objetivo: los jóvenes.
El titular del artículo de ayer era: El número de Trabajadores Españoles en Alemania crece un 11,5% en un año.
Si se leía el artículo con más atención, se llegaba a la conclusión, por las cifras que se daban que, lo que el redactor estaba interesadísimo en pintar como un éxodo masivo, no representaba más que una cifra modesta en el conjunto de la fuerza trabajadora de nuestros vecinos del norte.
Pero el artículo de hoy es todavía más deliberadamente engañoso: el título lo dice todo: Si eres alemán y eres joven, seguro que trabajas.
Ambos sueltos (vamos, tres, con el de El País) duelen mucho si se leen desde el extranjero y se es decente. Porque los tres artículos, otros como ellos y los negocios surgidos al amparo de ese drama que es el paro son, y lo digo sin ningún tipo de ambages, un auténtico timo.
Porque ofrecen esperanzas falsas, porque se aprovechan de las ilusiones de la pobre gente, porque, en suma, convierten en carne de cañón a personas cuyos correos recibo todos los días, que vienen aquí o que se van a Alemania creyendo que, cuando aterricen, va a haber alguien esperándoles al pie de la escalerilla del avión con una oferta de trabajo y que, pasado el tiempo, agotados los ahorros y las esperanzas de conseguir trabajo “de lo que sea” (¡Cómo tiemblo al leer esas palabras!) se tienen que volver a España con el rabo entre las piernas.
Europa, Alemania, Austria, no son El Dorado y hablo de lo que sé.
Sin saber alemán, o aún sabiéndolo, pero sin conocer a nadie, se tarda entre seis meses y un año en encontrar trabajo –eso tardé yo, que traía contactos y no me considero necesariamente torpe-.
La alternativa de “encontrar trabajos no cualificados mientras me sale algo de lo mío” (esta otra frase también es motivo seguro de temblor, llanto y rechinar de dientes) tampoco es fácil. Piensen mis lectores que, cualquier trabajador extranjero, tiene siempre que competir con el trabajador nacional y que las condiciones de miseria en el propio país se sobrellevan mejor que en el extranjero, porque uno cuenta con la red de seguridad de la familia, de los amigos. Echarse al monte como Curro Jiménez es, y perdón por la expresión, la manera más segura de darse una hostia. De las gordas.
En Austria y en Alemania hay trabajo, pero para profesiones muy determinadas (ingenieros, informáticos, pronto también para profesionales sanitarios serán las condiciones favorables) y sabiendo hablar alemán o, en su defecto, muy muy muy buen inglés (lo de “en inglés me defiendo”, por cierto, también hace que se me abran las carnes).
Periodistas, abogados, y demás carreras de letras lo tienen difícil, por no decir imposible (salvado el caso de profesionales bilíngües) porque siempre tendrán a un profesional aborigen, que domine el idioma perfectamente, y probablemente, con la misma cualificación o mayor.
Y aquí llegamos a la misma conclusión de otras veces (estos posts se están convirtiendo en un rittornello): antes de echarse al agua, pararse y pensar ¿Qué tengo yo para vender en el mercado laboral? ¿Para mi trabajo, dominar el lenguaje es fundamental? ¿De verdad me interesa complicarme la vida yéndome a un país donde tendré que empezar no de cero, sino de menos diez? ¿Tengo recursos para estar un año sin trabajar?
Por ahí, hay que empezar.
Da lástima que ningún artículo de prensa lo aconseje.
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