El mito de la cultura

Cafe Prückel
El café Prückel, origen de este post (A.V.D.)

5 de Septiembre.- Querida Ainara: este fin de semana, por mediación de un buen amigo, conocí a un señor muy interesante. Un caballero de unos sesenta años que pertenecía a ese tipo de personas ante las cuales uno tiene la sensación de poder hablar de todo.

En un momento dado, sentados en el café Prückel, paró la conversación en la cultura. Fue tan solo durante unos momentos, pero tengo que confesarte que, desde entonces la cultura (qué sea, cómo se alcanza) me ha dado mucho que reflexionar.

Viena, la ciudad en donde vivo, pasa por ser una urbe culta. A medias, porque aún la baña la luz dorada que los mecanismo de propaganda imperiales supieron hacer descender sobre ella durante el siglo XIX. A medias también porque un gran número de vieneses, yo te diría que la mayoría, pasan mucho de su ocio en manifestaciones musicales, teatrales o de otro tipo, en las que se está sentado y en silencio mucho rato.

Precisamente a estos ejercicios hercúleos de paciencia, que a los españoles, en general, nos impresionan tanto, es a lo que suele llamarse, poniendo cierta unción en la palabra, “cultura”.

Y bien ¿Lo es? Según esto, todas las mujeres culonas serían cultísimas y todos los hombres orondos y ventripotentes estarían en condiciones de optar al premio que concede anualmente la fundación Nobel. Y, sin embargo, yo conozco auténticos mastuerzos que pueden soportar sin pestañear (o pestañeando poco) las cuatro horas que dura Sifgrido, de Richard Wagner y que, sin embargo, tienen una conversación que suscitaría impulsos violentos en el monje budista más encallecido en la meditación.

¿Será ser culto tener una conversación agradable? Quizá. Porque para poder causar placer en otros con la propia conversación –ese deporte tan sano y tan lamentablemente en desuso- no solo se debe tener al alcance de las neuronas una cierta cantidad de datos de uso común (fechas, ese Gotha de los dos o tres mil y pico nombres que han contado en la historia de la especie, algunas imágenes de productos exquisitos del ingenio humano) sino que se debe tener algo mucho más importante: una actitud receptiva con especto a lo que dice el otro. Es más: te diría que la cultura no existe sin un prójimo. Es el esfuerzo consciente, cortés, premeditado, de entender nuestra alma como una habitación que arreglamos no solo para que sea confortable para nosotros, sino para que otros la visiten.

Ser culto, entendido así, es ser generoso, ser modesto, no intentar quedar por encima de la persona que tenemos enfrente. Ser humildísimo. Estar siempre dispuesto a reconocer que no sabemos nada. Ser insaciablemente curioso ser, en suma, un paciente y atento coleccionista de cosas, de historias, que nunca sabemos si nos serán útiles alguna vez.

Besos de tu tío


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Comentarios

2 respuestas a «El mito de la cultura»

  1. Avatar de Nerea
    Nerea

    Precioso texto.
    Sin embargo, en mi opinión la cultura no tiene esa componente social de causar placer mediante la conversación, ni siquiera creo que sea algo a compartir. Creo que la cultura es más la capacidad de satisfacer la curiosidad personal, por el mero placer de sentir cubierta esa necesidad de saber. La persona curiosa que intenta aprehender toda la información que esté a su alcance, no necesita el reconocimento social de un oyente para sentirse satisfecho. El acto social de la conversación es un añadido a esa satisfacción personal. Gratificante y, cierto es, lamentablemente en desuso.

  2. Avatar de Juan Carlos S
    Juan Carlos S

    Estoy rotundamente de acuerdo con lo que escribes, Paco, sobre la cultura. Y también con el comentario de Nerea: una cosa no excluye la otra. La cultura, para mí, es una necesidad vital del individuo que se sublima al compartirla con los demás.

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