6 de Septiembre.- La bailarina rusa Karina Sarkissova no es lo que parece, pero probablemente acabará pareciendo lo que es. De todas formas, nos pasa a todos con la edad.
Hasta la segunda mitad de la década pasada, Sarkissova era una desconocida bailarina de la Ópera Estatal de Viena (Wiener Staatsoper); otra de tantas emigradas a las que la formación recibida en las postrimerías del comunismo abrió las puertas de Europa occidental. Quizá deslumbrada por la austera manera austriaca de entender la opulencia, o quizá consciente de que la carrera de las bailarinas, como la de otros deportistas de élite, tiene fecha de caducidad, Sarikissova, antes de acabar convertida en una señorita Rottenmeier con moño, vara y tutú, decidió tender un puente más placentero a su jubilación y, jugándose el todo por el todo, posó desnuda en unas fotografías artísticas que, gustos aparte, desprenden ese erotismo un poco bizarro que también puede catarse en la predilección que algunos señores americanos sienten por las mujeres culturistas. Una cosa entre la adoración por las luces indirectas y la fobia a la grasa subcutánea.
El escándalo no fue enorme (estamos todos curados de espanto y las fotos tampoco es que fueran nada del otro mundo) pero suficiente para que la dirección de la Ópera Estatal, que debe de ser parecida a la de un internado para señoritas de las de antes, encontrase inaceptable el comportamiento de la bailarina y optase por ponerla de patitas en la Ringstrasse.
Situación que, con ronroneante acento ruso, la artista corrió a contar (cheque mediante) a todos aquellos medios que quisieron darle espacio (el Österreich y el Heute, y pare usted de contar). El caso se convirtió en un contencioso laboral con moderado eco mediático y la Ópera Estatal perdió, viéndose obligada a readmitir a Sarkissova, que siguió bailando. Sin embargo, el daño estaba ya hecho: su nombre, acompañado de las fotografías en las que parecía, cada vez más, una gimnasta olímpica condenada por alguna dictadura comunista a morir de inanición en un gulag, continuaron apareciendo regularmente en cierta prensa.
Siguiente parada: la edición austriaca de Mira Quién Baila.
Fichar a una bailarina clásica como jurado de un concurso de bailes de salón puede parecer una decisión arriesgada para remontar los índices de audiencia. En la carrera personal de Sarkissova por la autopromoción, sin embargo, la jugada estaba clara. En Mira Quién Baila (Dancing Stars) Sarkissova desempeñaba el papel del Arte (“La Cultura”, decíamos ayer) que descendía a la arena de los simples mortales. Y Prima Ballerina por aquí, Prima Ballerina por allá y Sarkissova volviendo a arrastrar las eslavas erres, sonriendo como una reina jugando a ser sencilla. Sarkissova representando el papel de hada buena, benévola con los orondos cincuentones y las madres de familia famosillas con las que la televisión pública austriaca se propone demostrar, de una vez para siempre, que los aborígenes nacieron sin caderas y que su concepto de la pasión aplicada al pasodoble tiene bastante que ver con el que las avestruces tienen de la elegancia.
Llegados a este punto, la carrera de Sarkissova ha sido, en versión centroeuropea, bastante parecida a la de Yola Berrocal (¿Dónde, Dios mío, estará ahora Yola Berrocal?) solo que sin dos cántaros de silicona causándole problemas de cervicales. Cada cierto tiempo, a ritmo regular, una aparición en el Seitenblicke (programa austriaco que se ocupa de los famosos de forma amable). Un desfile de moda, el apadrinamiento de un panda, la inauguración de la temporada del espárraro triguero (estos dos últimos eventos, intercambiables: Sarkissova es capaz de inagurar un panda con la misma cara que apadrina un espárrago triguero). Y como no hay dos sin tres, el libro que la trae a este espacio: una autobiografía que se subtitula sexual (amárrame esos pavos) y en la que Karina Sarkissova confiesa que igual le da hacer el pas á deux con señores que con señoras. Y lo que es más, que no le importa que las señoras estén calvas (!) o tengan el pelo hasta el culo (!!) sic.
Desde que Austria lo sabe, respira mucho más tranquila.
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