
19 de Septiembre.- Querida Ainara (*): hace unas cuantas tardes, una muchacha austriaca, me entrevistó para saber mis opiniones en mi doble calidad de redactor de Viena Directo y de inmigrante español en Austria. Sospecho que el tono eufórico de mis respuestas la desarmó un poco (a él contribuyeron, y no poco, dos factores: que yo acababa de salir del gimnasio y que me estaba tomando una soda de limón).
Creo también que le echó mucho para atrás que le dijera que quiero mucho a este país y que, cada vez más, es mi casa.
España, lo he dicho muchas veces, es ese sitio en donde vive mi familia, pero al que, normalmente, voy ya de vacaciones. Me afecta, obviamente, lo que pasa en el país en el que nací pero, desde el principio tuve claro que, si quería tener éxito en la aventura de vivir en Austria, tenía que esforzarme en convertir, el matrimonio de conveniencia que contraje con ella, en un matrimonio por amor.
Ahora, Ainara, viene mucha gente nueva a vivir aquí.
Son todos exiliados más o menos voluntarios –mi exilio, en mis principios, también lo fue, aunque creo que tenía más opciones en caso de fracaso-; los que se ponen en contacto conmigo me piden consejos para tener éxito aquí.
Yo, les doy dos: el primero, se ramifica en tres, que son, por este orden: aprende alemán, aprende alemán y aprende alemán. Por autoestima, por vergüenza torera, para que no te engañen, para abrirte paso, para que no te tomen por un ciudadano de segunda, para que puedas ser independiente, para que puedas enterarte de las cosas.
El segundo consejo es uno muy valioso que me dio mi amiga Arantxa: trata de ser más austriaco que todos los austriacos juntos; ve las películas que ellos vean, diviértete como ellos se divierten, come lo que ellos coman, haz lo que ellos hagan. Guiado por ese consejo, que conlleva una investigación de la realidad, abrí Viena Directo y nunca me he arrepentido. Austria es mi materia de estudio favorita y tengo el firme conocimiento de que conocer este país y a sus gentes es la forma más eficaz de echar raíces y ser feliz aquí.
Viena Directo, tal como está escrito, por los temas que trata pero, sobre todo, por el tono es, aparte de un blog que aspira a entretener, una toma de postura por mi parte. Tan contundente y tan decidida como disciplinado soy yo al colgar una entrada todos los días. Creo, Ainara, que es muy provechoso empezar admitiendo que no se sabe nada y tratar de comprender la realidad que te acoge. Creo Ainara que, como Dorothy en El Mago de Oz, siempre es un poco tarde para hacerse a la idea de que “we are not in Kansas anymore” y que las reglas que servían para Kansas, no sirven ya en esta nueva realidad en la que has aterrizado. Creo, Ainara que el inmigrante en tierra extraña tiene que tener la humildad (y la buena educación) de tener presente siempre que, si no es un huesped, es una persona que no es “de la casa”. Eso conlleva, por ejemplo, no intentar que “la casa” que te acoge se convierta en una segunda España. Creo también que, actuar así, aunque es difícil y exige estar a una altura de funcionamiento muy elevada, también es la única manera de realizarse en Austria por completo, tanto personal como profesionalmente.
Sin embargo, existe otra opción, que a mí, a veces, te lo confieso, me lleva a dudar si el camino que yo he tomado no será demasiado bondadoso, demasiado optimista, demasiado ingénuo en suma. Es la de aquellos que ven Austria no como un destino deseable, sino como un lugar al que la vida les ha llevado y en el que están condenados –creo que no es excesivo el verbo- a vivir. Y está claro, Ainara, que uno no tiene que guardarle cariño a la prisión que le acoge. Y que, de hecho, no se lo guarda.
¿Cuál es la mejor opción? Funcionar a mi manera, implica adaptarse al mecanismo preexistente, pero también renunciar voluntariamente a cambiar nada. Aceptar, implícitamente, que todo está bien (o que no está lo suficientemente mal para que necesite cambios). Quizá la segunda manera de ser sea pertenezca a quienes ven la realidad tal como es (o que la afean para no hacerse ilusiones) y, por lo tanto, sienten en sí cierta necesidad de “hacer justicia”, de luchar “contra el enemigo”. Un enemigo que yo quizá no veo porque hago lo posible por no verlo.
¿Quién tiene razón?
Besos de tu tío
(*)Ainara es la sobrina del autor
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