21 de Septiembre.- …Buenos co*ones se deja. Esto dice el antiguo (y muy sabio) refrán castellano y podría aplicarse a la Comisión de Investigación Parlamentaria contra la corrupción (conocida en argot como U-Ausschuss) que es la comidilla de EPR (Esta Pequeña República) desde hace semanas.
A ver si lo explico bien y el cuento no me sale muy largo.
Preocupadas las altas magistraturas del país por la pésima imagen que los políticos proyectan sobre la ciudadanía, se decidió montar una comisión parlamentaria en la que se invitaría a declarar a diversas personas (entre ellas, conspícuos “lobbysten”) para que, desde la Augusta Casa de la Ringstrasse, se pudieran arbitrar las leyes correspondientes al objeto que no se pudieran repetir unas situaciones que, no sólo perjudican a la marca Austria dejándola a la altura de una república bananera, sino que representan una sangría imparable para el erario público.
¿Me siguen mis lectores? Pues a ello:
Se eligió presidenta (una señora de los verdes –Die Grünen-, único partido que está virgen de causas por corrupción) y cada fracción parlamentaria llevó a su representante (por el BZÖ, fue Stefan Petzner, y esto dará idea del nivel).
La estrategia de minimización de daños de los partidos de cara a la opinión pública hizo que, desde el principio, la comisión naciera torcida y, lo que es peor, imposible de enderezar. Las reglas del juego invitaban, con perdón, al choteo más inmisericorde. Los “invitados” no tendrían obligación de contestar a las preguntas que se les hicieran y, en cualquier caso, ninguna de las cosas que dijeran podría ser usada penalmente contra ellos.
Aún así, unas cuantas personas de cierto relumbrón se prestaron a una cosa que, en países menos finos, hubiera sido llamada pantomima sin más paños calientes.
Stefan Petzner hizo su pase de modelos habitual, se llevaron a cabo entrevistas que fueron recogidas puntualmente por taciturnos taquígrafos y unos cuantos señores con título de Doctor (en leyes, probablemente) se dejaron fotografiar con sendas resmas de papel en las que se iban imprimiendo las actas de la comisión.
Y en esto, señores, llegó Armin Wolf.
Sobre la cabeza del actual canciller del Gobierno austriaco –el equivalente de nuestro presidente del Gobierno- pesa la sospecha de haber participado en una trama corrupta: el llamado affaire de los anuncios. Según parece, Herr Faymann, durante su etapa como Ministro de Transportes en el anterior Gobierno social-popular, habría favorecido a determinados medios de comunicación con contratos de publicidad institucional a cambio de que publicasen noticias halagüeñas sobre las actividades del Gobierno.
Durante su última entrevista, las Sommergespräche, que ya les sonarán a mis lectores más constantes, Armin Wolf le preguntó al canciller de EPR por qué, estando como estaba presuntamente implicado en cierto asunto de corrupción, no había ido él mismo a declarar a la Comisión Parlamentaria para dejar limpio su honor de una vez por todas. Al fin y al cabo, si era inocente ¿Qué tenía que temer? Faymann, visiblemente incómodo, acorralado entre la lengua de Wolf –que la tiene muy larga y cortante- y la pared de la evidencia, no tuvo más remedio que decir que no había acudido a la Comisión porque no le habían invitado. Pero que, en el caso de que se le invitara a acudir, lo haría muy gerne, para explicar urbi et orbi que no había hecho nada que estuviera prohibido.
En las cocinas del Partido Socialista Austriaco (SPÖ) se debieron echar las manos a la cabeza porque ya vieron a la Señora Presidenta de la Comisión invitando al Señor Canciller a que diera cuentas de su gestión al frente del Ministerio de Transportes. Pensaron en la incidencia que tendría sobre las encuestas la foto de Faymann declarando en una sala decimonónica que se parece demasiado a un tribunal ¡El Señor Canciller sentado, como Lola Flores, en el banquillo de los acusados!
Había que intentar evitar esa foto a toda costa ¿Cómo? Muy sencillo: acabando con la comisión.
Desde el mismo día siguiente a la intervención del canciller en la televisión, el SPÖ movió cielo y tierra para dar carpetazo al tema, promoviendo todo tipo de medidas, entre ellas presionar a la presidenta hasta forzar su dimisión.
Se inició entonces un forcejeo con las demás fuerzas parlamentarias. Por un lado, todos querían que la comisión siguiese bajo las mismas reglas inócuas que hasta ahora, por otro, el SPÖ quería desactivar el peligro que la Comisión suponía para Faymann. Antes de ayer, in extremis, se llegó a un acuerdo. La Comisión continuaría durante un par de sesiones más pero Faymann no sería llamado a declarar bajo ningún concepto.
Quiero terminar con un último apunte: todo esto que he contado en este post no es ningún secreto. Es más: se ha contado profusamente en los medios de comunicación austriacos y utilizando (en alemán, lógicamente) las palabras que yo he empleado aquí.
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