A los ochenta años, Frank Stronach aspira a ser el próximo canciller austriaco. La semana pasada desveló algunas de las claves de su controvertido programa electoral.
30 de Septiembre.- La semana pasada, en la Orangerie del palacio de Schöbrunn –una especie de invernadero del siglo XVIII- el millonario austrocanadiense Frank Stronach, cabeza visible del consorcio Magna, presentó un partido político hecho a su imagen y semejanza. Se trata del Frank Stronach Team. La formación concurrirá, a las próximas elecciones legislativas austriacas y con ella, Stronach aspira, pese a su edad senecta, a ser el próximo canciller de este pequeño gran país.
Durante la presentación de su partido, el señor Stronach desgranó alguna de las perlas de su programa electoral. Lo hizo con su peculiar acento, con el que podría hacerle competencia a aquel con el que, Don Jose María Aznar, ex presidente del Gobierno español, deleitó al universo mundo durante una rueda de prensa en el rancho de George Bush. Si Stronach llega a conseguir una mayoría suficiente para poder dirigir los destinos de esta nación, no dudará en importar las recetas que, según él, han convertido a Canadá, su patria adoptiva, en lo que es.
En el mundo según Stronach, la parte asistencial del Estado no debe cobijar a vagos y maleantes, la función pública debe ser reducida al mínimo imprescindible y aquellas tareas que, por lógica, el Estado debe dejar de atender al ser adelgazado, cubiertas con la sana iniciativa privada, que es la que mueve la economía al fin y al cabo (y suponemos que, si alguna de esas iniciativas privadas tiene que ver con empresas que, de cerca o de lejos tengan relación con Herr Stronach, a él le parecerá muchísimo mejor).
Por supuesto, las malas lenguas atribuyen a los achaques propios de la edad (falta de riego sanguíneo en la región encefálica) o a algún golpe en el casco recibido durante su infancia, las opiniones de Herr Stronach a propósito de la abolición del Euro o su fraccionamiento o su conversión en algo que se parezca poco a esa jaula de grillos en la que Frau Merkel, hecha una maternal Walkiria, intenta poner algo de orden.
Al hacer saber urbi et orbi sus intenciones de entrar en política (pero “no ser un político”, curiosamente Stronach se parece en esto a los llamados “indignados” españoles, que piden participar en el juego pero sin mancharse las manos con las inevitables imperfecciones de la vida diaria) Herr Stronach levantó mucha polvareda diciendo que, si por él fuera, Austria abandonaría la moneda común a la voz de ya y que volvería al Schilling –antigua moneda de Esta Pequeña República- para que todos volviéramos a ser felices como cuando veíamos películas de Peter Alexander y el país estaba erotizado por las piernas interminables de Chris Lohner.
Alguien le recordó entonces al millonario que, casi el setenta por ciento del PIB austriaco se basa en las exportaciones, y que la salida del Euro –con el consiguiente impacto en los precios- tendría unas consecuencias aterradoras para la economía austriacas que, al contrario de lo que supone Stronach, no podría compensar las pérdidas en el sector exterior con el supuesto aumento de la actividad interior. Lo que podríamos llamar, aunque sea mentar a la bicha, el efecto “Cataluña Independiente”. Desde entonces, Herr Stronach se ha moderado un tanto en sus afirmaciones al respecto, pero continúa sosteniendo que Austria (y los países ricos) deberían tener su propio Euro y dejar a los pobres (verbigracia, España, por ejemplo) con sus deudas, sus problemas, sus recortes y su gente zarrapastrosa tocando las cacerolas por las calles y destrozando el mobiliario urbano.
Con estas declaraciones de intenciones Stronach estaba llamando a quienes él considera –con razón- sus votantes potenciales. Esa clase media a la que le parece un poco vergonzante votar a la ultraderecha –porque no se siente identificada con los mastuerzos que normalmente eligen esta opción política- pero a la que el adjetivo “liberal” le sigue alegrando las pajarillas.
Es precisamente Strache, la ultraderecha, la que ha sufrido con más intensidad la aparición de Stronach en el panorama. Cuando él pensaba que había neutralizado los últimos restos de la facción disidente haiderista, ha aparecido en el horizonte la horma de su zapato. Es muy probable que, a estas horas, en los cuarteles generales del FPö estén buscando en la guía telefónica el número de algún brujo para que lo de Stronach parezca un accidente.
De momento, las últimas encuestas le dan al millonario austro-canadiense una intención de votos de un 12 por ciento. Yo diría que ese será su techo, pero cualquiera sabe.
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