Si un chino es capaz de ejecutar unos callos con chorizo con el poder de resucitar difuntos ¿Qué sentido tiene el nacionalismo? (el catalán o el de Villanueva del Gargajo). Quizá leyendo este post se te ocurra alguna respuesta.
29 de Octubre .- (pero escrito el 16, en Barcelona). Mientras escribo esto, estoy cenando en un bar barcelonés. Típico meson de aspecto castellano. Típico nombre que anuncia fritangas y partidos dominicales de Liga y Copa (sean o no de interés general). Pongamos, Casa P.
Junto al nombre, al objeto de atraer a potenciales clientes, un epígrafe: “Menjars típics gallegocatalanes” (comidas típicas gallego-catalanas). Dos gastronomías históricas en propicia harmonía. Ole con ole y olá.
El único con pinta de gallego (o de catalán) que hay a la vista es un camarero de unos cincuenta años muy mal llevados que, obviamente, no es el dueño del negocio.
Lo regenta (al negocio, claro, no al camarero) una salada familia china. Mamá China –embarazadísima-, Papá Chino –autor de la ración de callos que me estoy comiendo- y, creo, Cuñada China. Una criatura muy dulce que sólo parece saber decir en español (eso sí, sonriendo) “vale”.
Así las cosas, cuando un chino es capaz de ejecutar unos callos con chorizo con el poder de resucitar difuntos ¿Qué sentido tiene el nacionalismo? (el catalán o el de Villanueva del Gargajo). Llevo todo el santo día tratando de averiguar una respuesta. Dejo aquí algunos materiales para que mis lectores se hagan su propia idea de cuál es el ambiente que reina en Barcelona en esta segunda década del siglo tuentiguán.
Primera estampa:
El taxi que me ha traido del aeropuerto ha enfilado la avenida dels Corts Catalans.
Esta concurrida arteria trincha Barcelona transversalmente. Desde los suburbios de aluvión hasta el centro.
Conforme nos acercamos a los barrios más pudientes, aumenta el número de Senyeras (banderas catalanas) y Esteladas (las senyeras de antes pero con una estrella de república popular: identifican mayoritariamente al nacionalismo de izquierda –si es que esta contradicción en los términos es posible-) colgadas de los balcones.
Como está mandado, el chófer del taxi va escuchando Radio Marca aplicadamente.
Cuatro locutores deportivos se esfuerzan sin mucho convencimiento en persuadirnos de que la Selección no debería dormirse en sus frondosos laureles y preparar bien un encuentro próximo contra un ignoto combinado extranjero.
A la altura del Eixample el taxista, que ha permanecido absorto en los dimes y diretes de la tertulia, decide pegar la hebra conmigo –único castellanoparlante presente-. El señor es, por el acento, de Guadalajara. Me interroga por lo que me ha traido a Barcelona en compañía de un cierto número de ciudadanos vieníes y se congratula de que haya escogido el otoño para visitar la ciudad.
–En verano es que no se puede ni ir a la playa. No cabe ni una toalla.
En esto suena el teléfono. El taxista pone el manos libres por si los puntos. Su santa. La voz de la señora, aún algo empañada por el sueño, resuena en el habitáculo del coche.
-Hola.
-Hola ¿Has desayunado ya?
Contesta el taxista que sí.
-Tengo el periódico delante –dice la mujer- el Gallardón está cabreado…
El taxista (visiblemente incómodo por el rumbo que prevé que tomará la conversación):
-Vale, bueno.
-…”Le aplicaré a Mas la ley de desobediencia”
-Vale, mira, oye, que llevo pasaje del aeropuerto ¿Vale? Luego hablamos.
-Venga pero ¿Has desayunado?
-Que sí mujer, que sí. Venga, que llevo pasaje ¿Vale? Que vaya bien.
(Aquí todo el mundo se despide diciendo “que vaya bien”, es una peculiaridad de la población aborígen).
Horas más tarde, cansado de andar, me siento en una plaza cualquiera y miro a la gente. A los jóvenes, en particular. Saco la conclusión de que, en Cataluña, la gente parece ir mayormente vestida de lo que vota. En rebañito, como está mandado. Y por eso se ven, muy de vez en cuando, votantes del PP tan prototípicos, que parecen sacados de una caricatura de El Jueves. Todos vestidos del Duque de Feria. Sin que les falte un perejil. Gomina, corbata de nudo gordo, traje azul marino, anillaco de sello, reloj tamaño familiar destinado a compensar las dudas sobre el tamaño del propio pene… El kit completo.
La juventud, o bien va disfrazada de Melendi (en cualquiera de sus reinvenciones, con o sin rastas, con o sin porro), o ha perfeccionado una variante de lo que yo llamo “el look Libertad Sin Ira”. O sea, lo que llevaban sus padres (ya casi sus abuelos) en los mitológicos tiempos de la santa transición.
Son unos estilismos específicamente catalanes, emparentados también con ese lado salvaje de las ruedas de prensa que es el Look Abertzale. Camisetas por medio muslo, vaqueros pitillo, barbas –muchas más que en Madrid-, gafas de pasta –a porrillo-, cortes de pelo asimétricos, rastas…
Se trata en muchos casos (se ve, se siente) de un look engañoso. Porque aparenta lo que no es.
(Continuará).
Deja una respuesta