¡La Volksmusik! Esa región del país de la música difícilmente apreciable para un oido del sur de Europa. Entre el WTF y Juan y Medio.
8 de Noviembre.- Cuando uno llega aquí, procedente de algún lugar ignaro de la Península Ibérica (pongamos Socuéllamos, Vilanova i la Geltrú o Cabezón de la Sal) una de las cosas que le exigen más voluntad de aclimatación cultural es la Volksmusik.
Y es que, cuando a uno le enfrentan a determinadas piezas musicales que (ojo) copan los primeros puestos de las listas de estos países de habla extraña, uno no puede evitar el efecto WTF (What the fuck; aunque, los que no hemos ido a colegios de pago, preferimos la alternativa más castiza, o sea ¡Pero qué coño es esto! –con perdón-).
Y es que, ver a seres humanos adultos en pantalones cortos cantando cosas que harían que a los payasos de la tele se les cayera la cara de vergüenza (si el lector pincha en este link, este blog no se responsabiliza de los daños que pudieran sobrevenirle) deja por los suelos así, a bote pronto, cualquier esperanza que pudiera quedarte sobre el futuro del género humano.
Y sin embargo la Volksmusik es un sector en expansión que mueve al año muchísimos millones (de jEuros) y da de comer a varios miles de familias.
Como cualquier otra industria cultural (el porno, sin ir más lejos) la de la Volksmusik también ha instituido su propia mercadotecnia y autobombo, en forma de unos premios, los Echo, a recoger en Alemania, que recompensan cada año a aquellos artistas que han conseguido colocar en el mercado más ejemplares de sus discos.
Para resumir, podríamos decir que la Volksmusik, dejando aparte honrosísimas excepciones (Hubert von Goisern) es, musicalmente acrílica, vocacionalmente industrial e ideológicamente ultraconservadora, y se encuadra dentro de ese revival del trachten y los lederhosen del que ya hemos hablado aquí más de una vez.
Al juzgar este poltergeist musical, sin embargo, el español medio frecuentemente se olvida de que, en Celtiberia, tenemos variedades que no se alejan mucho, ni en postulados ni en calidad, de esta música pensada para bebedores de Red Bull.
Si uno quiere ver a un austriaco fliparla por los cuatro costados, no tiene más que ponerle delante de casi cualquier emisión de Canal Sur (por ejemplo, Se Llama Copla, Copla is its name) o hacerle asistir, si el idioma le llega, a los devaneos sexuales de los septuagenarios que trasiega Juan y Medio (¿O es Juan Imedio, como el pegamento?).
Uno de los grupos de Volksmusik que más Echos acumulan son los Kastelruther Spatzen (o sea, los Gorriones de Kastelruth).
En las fotos promocionales, posan vestidos como para ir a tocar en una boda de pueblo (idílico, eso sí) . Tres décadas de tablados y Musikantenstadeln (*) les avalan.
Sin embargo, el mundo de la Volkmusik se ha visto estos días conmovido hasta sus cimientos por un horroroso escándalo –vamos, horroroso e imprevisible para los fans de la Volksmusik, las personas normales, digoooo, los que no somos especialmente amantes de este tipo de música, lo veíamos venir-.
El escándalo es que, según Helmut W. Brossman, representante de prensa (Medienmanager) de los gorriones de Kastelruth, los buenos señores no han tocado por sí mismos ni una nota durante toda su vida. O sea: ellos ponen la cara de campesinos de Central Lechera Asturiana, el trachten y la sonrisa llena de dientes, y otros negros de la música, en estudio, graban la música. Todo playback, todo falsificación, todo trola.
Los fanes y las fanas de los Kastelruther Spatzen, según informa la prensa del ramo, se han rasgado las vestiduras y, de haber tenido al alcance de las horcas y las hoces a Herr Brossman, no hay duda de que le hubieran dejado hecho picadillo. Le llaman Spatzenjudas (juego de palabras intraducible, aunque por la parte final ya se harán idea mis lectores) y defienden a muerte el honor de sus ídolos, como las fans de los Milly Vanilli defendían –hace ya tantos años- la autenticidad de sus voces.
Nada nuevo bajo el sol.
(*) Programa de la ORF, decano entre los del género, destinado a divulgar las maravillas de este estilo musical.
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