Para todas ellas, que saben quienes son, con mucho cariño
Hay pocas cosas en la vida que se cumplan con precisión matemática y una de ellas es: la gente maja, termina juntándose. La historia de hoy es una prueba concluyente.
28 de Diciembre.- Una de las pocas películas de Almodóvar a la que le tengo manía es La Flor de Mi Secreto. Colaboran en ello varios factores: el primero, Marisa Paredes, de la cual creo que es una actriz que sólo tiene un registro: una intensidad impostada que no hay un Dios que se crea. El segundo factor que colabora en que La Flor sea una película irritante es Juan Echanove (en fin: no explico más: antipatías irracionales las tenemos todos). Y, por último, el tono general de la peli es quejumbroso. Y quejarse no va conmigo, la verdad. Y aún más: me chinchan profundamente las personas cuya vida es una contínua queja.
Yo soy de esas personas que creen que, con lo que la vida te da, hay que intentar hacer cosas útiles y quejarse, aceptémoslo, no vale para nada. Es más: muchas veces empeora la situación.
Sin embargo, La Florde Mi Secreto tiene un factor que la salva y es la gran Chus Lampreave.
En el juego de espejos que, al final, es el cine de Amodóvar, Chus es la madre del artista y no hace falta ser muy listo para averiguar que el personaje de Paredes es una más cara del propio Pedro.
Chus Lampreave, gracias a Almodóvar, es una de las grandes secundarias de la historia del cine. A la altura de Thelma Ritter, por ejemplo; o, en España, de la talla de Julia Caba Alba. EnLa Flor, tiene uno de los parlamentos más hermosos cuando, con voz mesurada, le dice a Marisa Paredes:
-Cuando a las mujeres nos deja el marido porque se ha muerto, o se ha ido con otra, que para el caso es igual, nosotras debemos volver al lugar donde nacimos, visitar la ermita del santo, tomar el fresco con las vecinas, rezar las novenas con ellas…Aunque no seas creyente. Porque si no, nos perdemos por ahí, como vaca sin cencerro.
En estas líneas escasas está el mensaje de lo que, al final, nos hace fuertes.
Ayer, después de muchos años, me senté en una cafetería con un grupo de mujeres a las que, desde entonces, como Antonio Gala, llamo Las Hermanas Separadas. Fue como llegar a un oasis, en esta España que ha convertido en deporte nacional recrearse en el mal rollo, en el recuerdo de ese verano perdido que ya no volverá.
Escuchándolas hablar de sus experiencias (algunas muy duras), de sus nuevos amores o de los antiguos, el ambiente ágil, práctico y risueño me recordó mucho al de la asamblea vienesa que se reúne todos los jueves. Una asamblea que es, porque todos sus miembros así lo queremos, todo lo contrario de un llorar porla Españaque dejamos atrás.
Me reí mucho. Nos reímos mucho ayer en la cafetería. Una de ellas dio la clave de su éxito:
-Sí, nos han pasado muchas cosas, pero tenemos dos opciones: una, encerrarnos en casa a llorar, y la otra, echarnos unas risas. Además, nos tenemos las unas a las otras, y eso es más de lo que tiene mucha gente.
Creo que, reducido a sus esencias, es la misma filosofía que orienta a la asamblea de los nobles caballeros vieneses: y además, mal de muchos consuelo de todos.
¿Por qué España, como país, no puede hacer lo mismo que mis hermanas separadas? ¿Es una cuestión de inteligencia colectiva? ¿Por qué no superamos de una puñetera vez este largo proceso de duelo que empezó en 2010? ¿Por qué insistimos en esta parálisis, en llorar por unos tiempos que ya no van a volver? ¿Por qué no conseguimos reírnos de esta peripecia, aunque sea con la carcajada amarga? ¿Por qué no conseguimos volver a la adolescencia de quien se da cuenta de que, mientras hay vida, uno tiene todo el futuro por delante?
Ellas, mis amigas, lo han hecho, y se han dado cuenta de que pasar por momentos duros quizá sea la única manera de apreciar los auténticos placeres de la vida.
Unos placeres que, como todo el mundo sabe, NO CUESTAN NI UN EURO.
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