Como todos los años desde hace 15, la agencia Spectra ha hecho una encuesta entre los austriacos para conocer sus preferencias en materia de moda.
30 de Diciembre.- En estas fechas, de choricete, jamón de recebo, mariscos y otros esplendores culinarios, casi como que apetece hablar de cosas ligeras. Una especie de bicarbonato para el cerebro. O no tan ligeras, mire usted, porque la moda, si bien se mira, es una cosa muy seria y dice mucho de nosotros.
Por ejemplo, cuando mi cuñada, que es mujer muy observadora, estuvo en Viena la última vez, se fijó en los escaparates de la famosa cadena de lencería Palmer´s. Sorprendida, me hizo notar que, en Austria, lo que se llevaba, aparte del liguero, era la famosa bragafaja de color visón (prenda que, últimamente, ha vuelto de la mano de la mamarracha de Lady Gaga); en tanto que, en España, las mujeres asumen (y con ellas el ramo de la ropa íntima) que las fantasías del Tarzán celtíbero van más por el tanga y la ingle brasileña.
¡Ah, la moda! Ese misterio…
Informa la edición digital de Die Presse, de la cual me sirvo para hilvanar este artículo, de que, por decimoquinto año consecutivo, la agencia Spectra ha realizado una encuesta, basada en 1000 entrevistas personales, al objeto de averiguar aquellas cosas que, en esto del vestir, les levantan urticaria a los austriacos.
Allá vamos con la lista.
Según los habitantes de esta pequeña república, el pecado más grave a la hora de vestirse, con un cincuenta y dos por ciento de los votos es un atuendo de señora que deje al descubierto el ombligo.
A muy poca distancia, con un cuarenta y siete por ciento, se sitúa el tanga. Aceptémoslo: en España y en Austria una prenda bastante choni. Sobre todo cuando el tirachinas asoma de los vaqueros, en plan fontanero (fontanera). Si hemos de creer los datos que aporta Spectra, el tanga ha ido ganando en aceptación con el paso de los años. Antes eran más de un sesenta por ciento quienes pensaban que, el juguetón accesorio era algo que nunca se pondrían.
Seguimos: En tercer lugar (46 por ciento de los votos) sitúan los austriacos esos escotes que dejan ver más canalillo de lo razonable. Esta opinión se refrenda cada día en el telediario de más audiencia de la ORF, Zeit Im Bild, en el que las presentadoras van vestidas como las pupilas de un colegio de ursulinas, abotonadas hasta el cuello.
Habría que encontrar un equilibrio entre Sabrina Salerno y Paloma Gómez Borrero, digo yo.
En cuanto a los hombres: los austriacos sienten vergüenza ajena cuando ven a un caballero con calcetines demasiado coloridos combinados con traje. No go.
Asimismo, el 48 por ciento de los encuestados manifiestan que nunca irían ni a la puerta de la rue con un hombre que llevase falda (a pesar de lo cual, en determinados contextos, como el del muy tradicional del trachten, se ha puesto de moda últimamente llevar el kilt escocés, y sonreír como un monaliso si te preguntan si, debajo, llevas gayumbos).
Conforme nos acercamos a la mitad de la tabla, entramos en finuras: por ejemplo, a un 28 por ciento de los encuestados les parece que es una horterada llevar medias negras con vestidos de verano. Un poco doña Rogelia sí que es esto, la verdad. Pero en los noventa a nadie parecía importarle.
Muy populares en las áreas más fashionvictim del mundo gay, pero absolutamente inaceptables en otros contextos son los calcetines de lana combinados con pantalones cortos. Para las pasarelas de Milán, oiga, bien. Pero no para pasear por el Graben de Viena o porla Getreidegasse de Salzburgo (también, eso sí, si los pantalones no son los tradicionales lederhosen, con los cuales los calcetines son un must).
Los pantalones de vestir pesqueros (demasiado cortos) y las mangas de americana demasiado escuetas son también percibidos por los austriacos como cosas con las que es mejor no aparecer en sociedad.
Todas estas respuestas demuestran que la moda es una cosa que importa (y mucho) allende los Alpes. Un cincuenta y uno por ciento de las mujeres se ocupan regularmente de seguir las tendencias, en tanto que sólo un veintidós por ciento de los varones admite mirar lo que se lleva. Los empleados y los funcionarios son los que más escaparates miran, en tanto que a los agricultores, los obreros y los agricultores se la refanfinfla lo que se echan por encima.
Solo en una cosa están de acuerdo todos los encuestados: la ropa debe ajustarse a la situación.
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