Cómo mentir bien

Simetría
Versiones alternativas de la realidad (A.V.D.)

 

DISCLAIMER: El contenido de este post debe usarse con cuidado, y siempre cuando no quede otra posibilidad. Nunca por puro egoísmo o por el simple placer de hacer el mal. Quien avisa, no es traidor.

9 de Enero.- Querida Ainara (*): la carta de hoy empieza con una advertencia: Mentir está mal. Mentir está feo. No se debe mentir.

Una vez cumplida mi misión de tío responsable también te digo que, mentir, a veces, es forzoso. Y que, como en todas las cosas de la vida, lo mejor es hacerlo bien.

Bajo mi punto de vista, mentir es justificable cuando se hace en legítima defensa (por desgracia, el mundo está lleno de gente indeseable) y cuando se trata de evitar males mayores. Por ejemplo, hacerle daño a alguien que no se puede defender.

Para empezar, creo que sería conveniente exponer una idea general que nunca se debe perder de vista cuando se trata de fabricar una buena mentira: las mentiras son siempre falsificaciones de la realidad y, como tales, deben ser imitaciones lo más convincentes que se pueda, de esa realidad. Por lo tanto, un buen mentiroso debe siempre de estar observando la realidad y saber que es caótica, sucia, que nunca es predecible y tratar de que sus mentiras se le parezcan. A los malos mentirosos se les pilla siempre, como a los malos novelistas, porque sus embustes son demasiado perfectos.

Además, el éxito de una buena mentira depende de otros factores. Por ejemplo, mi experiencia es que, siempre que se pueda, hay que evitar tener cómplices. Las mejores mentiras son las que se urden solo y aquellas en las que uno mismo es el comprobante. Cuando entran más personas en el asunto nunca se puede estar seguro de si algún día alguno se cansará de guardarte el secreto.

Para demostrar cómo funciona una buena mentira, tomemos una situación práctica.

Supongamos que tienes un amigo de esos que está siempre corto de dinero. Tú sabes de cierto que, la próxima vez que te vea, te va a intentar dar un sablazo. El número n.

No es la primera vez que le prestas, y nunca te devuelve el dinero. Y sabes que, aunque sólo sea por dignidad, ya que no por esperanza de recuperar la pasta, más tarde o más temprano tendrás que llamarle la atención y que, a pesar del aprecio que os tenéis, esta llamada al orden puede acabar con vuestra amistad.

Este amigo tuyo, al que llamaremos Sablista, no hace más que llamarte y tú no haces más que darle corteses largas. Al final, te aprieta hasta que logra de ti una cita. Para un café, para un DVD. En fin: algo que el sablista piensa que es inocente y no hará que salten tus alarmas.

Tú cuelgas el teléfono y sabes que tendrás que inventar algo.

¿Qué mejor deber inexcusable que, por ejemplo, un compromiso ineludible? En este caso, va a ser un amigo imaginario que viene a visitarte desde una lejana ciudad . Si quieres que la mentira tome cuerpo, lo mejor será que elijas a uno a) que Sablista no conozca pero, muy importante, del que ya haya oido hablar y b) con el que no pueda tener contacto. Por seguridad.

Dejarás pasar un tiempo. Un día, dos. Llamarás a Sablista y le contarás la mentira disculplándote mucho. Él aplazará el café, el DVD o lo que sea para mejor ocasión. Tú le dirás que, cuando esa ocasión llegue, te alegrarás mucho. Que qué pena. Otra vez será.

En esta fase, lo importante es la sangre fría y echarle al tema todo el rostro que se pueda. Por ejemplo, hay que evitar ciertas reacciones inconscientes que alguna gente tiene cuando miente. Hay personas que, al soltar una trola, carraspean. Yo, por ejemplo, me pongo colorado (mala suerte: porque el rubor es difícil de disimular, así que solo puedo mentir por teléfono y, a veces, ni eso: te deseo mejor suerte). Si consigues soltar la mentira  en el curso de otra conversación intrascendente y cuanto más tonta mejor (o sea, mejor no llamar directamente para soltar la bomba) miel sobre hojuelas.

Pasada esta primera fase, la más peligrosa, viene la de “adornar la mentira” (opcional, pero en algunos casos conveniente).

Supongamos que Sablista y tú tenéis un amigo en común, al que llamaremos C. El C ideal no debe llamarse así solo por C(omún) sino también por C(andid soul) o alma cándida.

Bien: C y tú, pasado un tiempo prudencial, os váis de copas. Entonces, la maquiavela que hay en tí aprovechará para sacar a relucir en la conversación ese amigo que no te visitó nunca. A C, por supuesto, se la refanfinfla, porque no conoce al anónimo No-visitante, pero eso a ti te da igual. Será bueno que te extiendas un rato sobre pormenores intrascendentes de la visita y, tras esto, dirás: “jo, qué pena, porque iba a quedar con Sablista, pero no pudo ser porque vino No-Visitante”. Con buena suerte, esta afirmación dejará en la memoria de Candid Soul  la suficiente impronta como para que, si Sablista dice algo delante de él, Candid Soul le cuente lo triste que estabas por no haber podido verle.

Habrás conjurado con ello varios peligros a)que Sablista te vuelva a pedir un dinero que no te va a dar, b) que no te pillen en esta mentirijilla y c) habrás ganado tiempo hasta que Sablista vuelva a reunir valor para pedirte dinero.

De todas maneras, me reitero: Ainara, de la mentira no conviene abusar y sólo hay que utilizarla cuando quede descartada cualquier otra posibilidad.

Normalmente, la mano izquierda es mucho mejor.

Besos de tu tío

(*) Ainara es la sobrina del autor


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