Lo que a España es el fútbol, es el esquí a Austria. Por eso, si uno quiere estar integrado, tiene que aprender algún día (y si es con amigos y echándose unas risas como yo lo he hecho, mejor que mejor). Esta es mi experiencia.
16 de Febrero.- Hay cosas que los nacidos en un país aprendemos a hacer desde pequeños y que, por lo tanto, nos parecen naturales. O sea, como si uno naciese ya sabiendo hacerlas. Los extranjeros que vienen a vivir a ese país, si quieren integrarse, no tienen más remedio que aprenderlas, pero siempre las harán “con acento”. No sé si me explico. Como la Duquesa de Alba cuando baila sevillanas.
En fin: una de las cosas que uno tiene que aprender más tarde o más temprano cuando vive en Austria es a esquiar (yo, francamente, de lo de patinar sobre hielo no me veo capaz).
Cuando uno dice en Austria que no sabe esquiar uno tiene que luchar contra la incredulidad un poco burlona de los aborígenes a los que, simplemente, no les entra en la cabeza que se tenga que aprender alguna vez una cosa tan simple como ponerse unos esquíes, agarrarse dos bastones y conseguir salir vivo del intento.
(Uno a uno: a nosotros tampoco nos entra en la cabeza que ellos no sepan comer pipas).
Un amigo mío, cierta vez, sintetizó la incredulidad aborígen (y el consiguiente método de aprendizaje que los aborígenes proponen) en este ejemplo que van a entender todos mis lectores:
–Es como si tú coges a un tío que no sabe nadar y le dices: “venga, tú ponte el bañador y tírate a la olímpica. Al principio, tragarás un poco de agua, igual te vas al fondo de la piscina como una piedra pero…¿Ocho metros? ¿Qué son ocho metros? Cuando llegues abajo del todo, te impulsas con los pies y ya está”.
Esto es: cuando se proponen que un español aprenda a esquiar, lo que hacen la mayoría de los austriacos/as, convencidos de que el tema está chupao, es subirle a la pista más empinada y decirle: “te tiras y, nada, no tiene pérdida: todo recto. Yo te espero abajo”. Tras esto, hincan los bastones en la nieve, cogen impulso elegantemente y ¡Hala! A tirar millas. Nuestro natural de la reseca España mira al abismo blanco, se santigua (si es creyente, si no, directamente se acojona vivo) y se tira al aborígen. Resultado: una pierna rota o un codo destrozado cuyas cicatrices avisan cada vez que va a cambiar el tiempo. Por no hablar de la autoestima maltrecha y del cachondeo de los aborígenes cuando les cuenta la historia.
Así pues, primer VDConsejo para un español que aprenda a esquiar: aún a riesgo, pongo por caso, de sacrificar la paz conyugal NO HACERLE CASO AL SANTO/A y buscarse un monitor de esquí competente que le enseñe desde el principio cómo hay que hacer las cosas.
(Para no matarse, mayormente)
Dicho esto: el primer golpe para el pundonor de un español que aprende a esquiar es que los monitores austriacos, con un criterio excelente, le llevan a la pista donde aprenden los niños. En Annaberg, cerca de Maria Zell, donde yo aprendido, era un corralito con una inclinación de unos treinta grados (la justa para que, en pendiente, los esquíes se deslicen y, a veces, incluso demasiada, porque uno, que no controla lo que tiene en los pies, se desliza para atrás o para delante y se cae de culo o de boca con más facilidad de la que a uno le gustaría).
Así pues: segundo VDConsejo para un español que aprenda a esquiar en Austria: OLVÍDATE DEL SENTIDO DEL RIDÍCULO (el cual incluye otro VDConsejo: COMER NIEVE NO ES MALO, AL FIN Y AL CABO, ES AGUA).
El método, para adultos y críos, es el mismo: primero: una vuelta con el esquí derecho solamente puesto (para ir pillándole el tranquillo). Uno va cojo, pero vale, venga, va. Segundo: una vuelta con el esquí izquierdo puesto solamente. Otro ratico de cojera, otro rato de engorro. Después: con los dos esquíes puestos, uno prueba a deslizarse con los esquís en paralelo (posición básica).
Problema para torpes (como yo, que lo soy mucho, y me lo tienen que explicar todo): NO TE ENSEÑAN A FRENAR. Yo me he tragado a una señora con su niño.
¿Cómo se frena con los esquíes? Fácil: se ponen formando una punta de flecha. Es física pura: se aumenta la resistencia y, si bien uno no se queda clavado en el sitio, también es cierto que no queda en posición de crear males mayores.
Para moderar la velocidad, se abre o se cierra la punta de la flecha. Cuanto más en paralelo van los esquíes, más deprisa se va.
Otra cosa: cuando uno se embala, uno tiende a echarse para atrás para oponerse al movimiento. Craso error: esta estrategia no hace más que empeorar las cosas. Hay que echar el cuerpo para adelante, siempre.
En fin: la verdad es que eso y a hacer curvas (no muy gráciles) es todo lo que he aprendido hoy (tengo que reconocer que yo he debido de ser la desesperación de la monitora porque, para estas cosas, soy un desastre desde chiquitillo ¡Qué no diera yo por tener la agilidad y la cordinación de Ainara, que parece que nació con unos patines puestos!) pero, al ir con otros en mi misma situación –aunque mis amigos -ver foto- hayan aprendido muchísimo más deprisa que yo y su nivel esté ya my lejano del mío- la verdad es que me he echado unas risas.
Espero que mis lectores hayan aprendido de mí y que, si se tienen que enfrentar en el futuro a mi misma situación, se lo tomen igual que yo: con buen humor y espíritu deportivo. Y lo más importante: que no se les olvide que, para ser campeones olímpicos de esquí, ya la edad les pilla un poco tarde. Así que lo mejor es divertirse. Es lo que cuenta. Y nosotros nos hemos divertido, como diría Melanie Griffith, una jartá.
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