“Cuando la gente muere, solo queda de ella papeles llenos de mentiras”, Yo, Claudio; Robert Graves
6 de Marzo.- Querida Ainara (*): las interpretaciones del presente son siempre incompletas porque siempre nos falta un componente fundamental: el factor corrector/deformador que imprime el futuro en los acontecimientos.
O sea, que escribir sobre los propios contemporáneos siempre es un negocio peligroso.
Hugo Chávez Frías falleció ayer de cáncer, a los cincuenta y ocho años. En vida, cuando aún su figura no había sido solidificada por el poder definitivo de la muerte, Hugo Chávez no me caía bien. Lo dije alguna vez, al principio de este blog, y el decirlo me costó la amistad de una persona que terminó pensando que yo era una especie de reaccionario. Allá él, supongo.
De Hugo Chávez, lo mismo que de otros personajes de su mismo corte y parecida neurosis (Fidel Castro, Eva Perón, el Che Guevara, Franco) me molestaba muchísimo que se imponían a sí mismos como los mesías de otras tantas religiones –bueno, quizá el caso del Che Guevara fuera un poco diferente porque, hasta donde yo sé, nunca estuvo envenenado con la pasión del poder-.
Sus adeptos, como este ex amigo, una vez contagiados del culto a la personalidad, atontados por el espejismo de seguridad que produce la fantasía adolescente del líder noble y sapientísimo, se sienten en la obligación de ejercer una machacona labor proselitista. Actúan invadidos por un sentimiento parecido al fanatismo religioso, el cual les impide entender que, los que no compartimos su culto, no es que no veamos los lados buenos del fenómeno que ellos defienden, sino que es que, además, vemos los otros.
Esto es, y en el caso de Hugo Chávez, la necesidad casi patológica de omnipresencia, el mito autofabricado, el establecimiento de un pensamiento único basado en lo que opina el líder, la pertinaz intención de deformar la Historia para justificar determinadas decisiones del presente (algunas veces, bastante turbias), el estilo cuartelero que abusa de la sal gorda, el planteamiento de la realidad en términos ultranacionalistas y, por lo tanto, mafiosos (“el que no está conmigo, está contra mí”), la propia identificación del político con la esencia auténtica del Pueblo al que gobierna, el nepotismo inevitable en cualquier sistema personalista…En fin: suma y sigue.
Por no hablar de que todos los elogios a Chávez desprendían un sutilísimo tinte paternalista para con los venezolanos. Cuando tú decías algo negativo de Chávez siempre terminaba saliendo eso de que “hay que respetar la idiosincrasia de esos países”. O, lo que es lo mismo, si tú decías ¿Qué pasaría si en España hubiera un presidente –elegido, todo lo que tú quieras- que fuera militar, homófobo, que cada dos por tres hablase de religión, que utilizase la televisión pública para estar siete horas dando la brasa con sus discursos? En otras palabras: si Chávez era tan bueno ¿Qué hacíamos en Europa que no teníamos uno como él?
Ah, no, claro. Es que Europa no es así.
¿Qué seguirá ahora? El refrán dice que el muerto al hoyo y el vivo al bollo. O sea que los miembros de la élite creada por el chavismo, lo mismo que la élite peronista a la muerte de Evita (o, en Austria, la élite Haiderista creada por Haider), estarán ya preparando la fijación del mito Chavez como infalible método para no separarse de la poltrona y de asegurarse el chusco de pan, lo mismo ellos que sus familias.
En Europa, en donde el Chavez viviente fue pasto de comedores de productos derivados de la soja de diferente condición, es probable que ya estén imprimiéndose camisetas.
Y mi pregunta es ¿Cómo será el mito Chávez que llegue hasta ti? ¿Será como esa imagen deslavazada del Che que yo conozco? ¿Esa silueta recortada en cartón, despojada de cualquier viso de humanidad?
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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