¿Por qué conformarse con una parte cuando se puede tener todo?
17 de Marzo.- Una de las cosas que más veces he escrito durante estos últimos siete años es que Viena Directo no sería nada sin los lectores de Viena Directo. Esto no es un mero pelotilleo a los lectores de uno (lo que, en tiempos de Santa Teresa, se llamaba captatio benevolentiae) sino una realidad tan indiscutible como la torre del Stephansdom.
Uno habla de cosas y, luego, los lectores le hacen caer en que estaba equivocado o que se había pasado de frenada o, simplemente, le ayudan a ver las cosas desde un ángulo diferente.
Este ha sido uno de esos casos.
Mi post a propósito de los diferentes tipos de emigrantes, sin ser nada del otro jueves, ha levantado un cierto revuelo (creo que ha sido el más comentado de los últimos tiempos) y las reacciones han sido de todos los tipos. Todas correctas, todas interesantísimas, como corresponde a un blog que solo tiene lectores inteligentes.
Detrás de algunas se podía leer ese típico picor que se siente después de haber comido ajos –allá cada uno con su dieta-; detrás de otras la aceptación de una realidad; algunos lectores –en vivo o por escrito- me han dicho cosas que me han causado sorpresa. Pasa siempre y es muy sano que así sea.
Por ejemplo, que han encontrado el post amargo y que, en él, hablaba solo de actitudes que a mí me molestan. No era esa la intención, aunque luego, pensándolo, creo que tienen cierta razón. Lo que sí que es verdad es que los comentarios me han hecho reflexionar mucho sobre un tema que es la madre del cordero de todo este asunto: la integración.
Procuraré explicarme.
Desde el principio, yo tuve clarísimo que, si me venía a vivir a Austria, lo quería hacer como procuro hacerlo todo: con ambicion, seriamente, de manera concienzuda . Me impuse la tarea de ser tan austriaco como fuera posible, sin perder, eso sí, mis raíces españolas y mi manera de ser española.
Fue una decisión calculada. Primero porque creo que es fenomenal ser español –o, por lo menos, igual de fenomenal que ser cualquier otra cosa de las que se pueden ser– y, segundo, porque fui consciente desde el primer momento de que ser español, en Austria es, si se me permite la expresión, una ventaja competitiva muy apetecible.
Como dice mi amigo A. (en una entrevista que se publicará próximamente, si Dios quiere) “lo español gusta: es un idioma que gusta”. En otras palabras: el factor país siempre juega a nuestro favor.
Mi propósito (y en ello estamos aunque no siempre se consiga) fue y ha sido siempre sumar. Sumar siempre.
Lo bueno que tienen los austriacos –que tienen muchísimas cosas buenas- y lo bueno que tenemos nosotros.
Un caudal que, afortunadamente, no tiene nada que ver con que se tenga más o menos dinero, ni cuya calidad depende de que en España haya crisis o tengamos para tirar la ventana por la casa. Por ejemplo, la alegría de vivir nuestra y nuestro sentido del humor, por no hablar de la ingesta del buen jamón y del buen vino, alimentos a los cuales no ceso de captar nuevos adeptos entre la población aborigen.
Durante mucho tiempo, el frontispicio de este blog fueron unas palabras de El Emigrante, de Juanito Bilderrahmen. Mi divisa, por así decirlo. Dicen así: “Yo soy un pobre emigrante, y traigo a esta tierra extraña/ en mi pecho un estandarte, con la alegría de España”.
Creo que cada español representa en Austria a España entera y así he procurado comportarme siempre aquí. Porque soy consciente de que, para muchos austriacos, yo soy España, lo mismo que cada uno de ellos es Austria para los españoles que conocen y tratan. Y creo que los españoles que vivimos aquí tenemos también una misión pedagógica para con los austriacos (mi amigo J. lo llama con razón “ayuda al desarrollo”) y que, en parte, el negocio de integrarse es hacerles a ellos un poquito como somos nosotros, lo mismo que ellos ya se encargan de hacernos cada día un poquito como son ellos.
Alguien me preguntaba también si yo estaba seguro de que integrarse es siempre la mejor opción. Yo no tengo dudas: sí, y mil veces sí. Aunque se piense estar aquí sólo cinco años. O tres meses. Aunque cueste, aunque los austriacos no pongan nada de su parte (que hay casos así, como también hay españoles bordes).
No solo por las obvias ventajas que supone disfrutar de la cantidad de sabores y de sitios que Austria puede ofrecer, sino porque me parece triste concebir la estancia de uno en cualquier sitio como un simple medio para conseguir la subsistencia, lo mismo que es triste concebir una relación amorosa como un mero medio de satisfacer determinadas necesidades sexuales. Creo que las relaciones, cuanto más ricas y a más niveles, se disfrutan más.
Dicho esto, y para terminar este post que me está quedando ya demasiado largo, tengo que decir que es verdad (y no lo siento) que yo hace mucho tiempo que dejé de ser objetivo y que con Austria y España me pasa como cuando éramos pequeños y nos preguntaban que a quién queríamos más, si a nuestro padre o a nuestra madre. Es como preguntarme si quiero más a mi bazo o a mi riñón. No merece la pena.
Por suerte, ya no soy solo español, y mola. Creo que es hermoso ambicionar lo mejor de los dos mundos y, humildemente, creo que no hay que dejar de intentarlo nunca hasta conseguirlo.
Aunque solo sea por puro egoísmo.
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