O de cómo Viena Directo se las vio por primera vez con la censura.
18 de Marzo.- Uno de los instrumentos que la dictadura de Franco utilizó para mantener a la mayorïa de los españoles al nivel de indigencia cultural del propio dictador fue la censura.
Hasta hace diez días, mi relación con este fenómeno era la del curioso.
Lo confieso: soy un coleccionista empedernido de anécdotas a propósito de esta, llamémosle excrecencia, del régimen dictatorial.
Fernando Fernán Gómez, uno de los grandes artesanos de la literatura española del siglo XX, sorteaba la tijera jugando con el contraste. Si quería que le tolerasen una cosa, lo que hacía era poner, inmediatamente antes, pongamos por caso, una escena con un falangista zurrándole a una obrera de una fábrica y llamándola roja, guarra, pilingui o qué sé yo qué más. El censor, escandalizado, tachaba lo obvio y, si había suerte, dejaba pasar el resto.
La censura fue también la responsable del final de Viridiana (mucho más escandaloso que el pensado originalmente por Buñuel). En la primera versión, al final de la película, Viridiana y su tío desaparecían detrás de una puerta que se cerraba. Esto le pareció al censor de una procacidad intolerable y exigió un cambio. Buñuel, pensando que se lo iban a cortar, puso una línea de diálogo en la que la inocente Silvia Pinal le preguntaba a Fernando Rey (sobre poco más o menos):
-¿Y ahora, tío, qué vamos a hacer?
Fernando Rey la miraba con intenciones más que obvias y le decía:
-Ahora vamos a echar un tute, hija.
Y aunque Buñuel los mostraba en el siguiente plano jugando a las cartas, la connotación sexual que en España tiene el juego del tute no pasó inadvertida para aquellos espectadores que no conocían Hombres, Mujeres y Viceversa y que, por lo tanto, estaban acostumbrados a leer entre líneas.
Se armó un tiberio, claro.
Hace diez días, recibí un correo interno del servicio en donde tengo las fotos de este blog (es de una empresa americana, creo que esta aclaración es pertinente).
En él se me informaba de que algún usuario había encontrado entre mis imágenes fotos “inapropiadas” y que mi cuenta había pasado a ser calificada como “insegura”. Esto significaba que sólo aquellos afiliados que tuvieran activado el filtro que se utiliza para poder ver pornográfía podrían acceder a mis contenidos y no podría compartir mis fotos en otros sitios de internet (Viena Directo, por ejemplo).
Naturalmente, no se me informaba de las fotos objeto de la denuncia pero se añadía que, grosso modo, “la regla es: tetas (sic) y culos (sic) son de moderada peligrosidad; los genitales son restringidos”. Asimismo, se me recomendaba pensar en los niños antes de subir fotos y se me recordaba que, incluso mis fotos privadas (o sea, las fotos de mi familia que tengo guardadas en este servicio y que no puede ver nadie más) debían ser objeto de este sistema de filtrado –obviamente innecesario, porque no practicamos el nudismo con cámaras de fotos cerca-. Cuando marcase como restringidas aquellas fotos pornográficas que se alojasen en mi cuenta, podría solicitar una re-evaluación de los contenidos y, si estos eran conformes a la regla “tetas-culos-genitales”, mis fotos podrían volver a ser vistas por todo el mundo, una vez conjurado el peligro para la moral pública.
Me invadió la perplejidad que está invandiendo a mis lectores ahora mismo, y pedí unas aclaraciones que tardaron varios días en llegar. Como ejemplo de aquellas fotos mías que los niños no deberían ver me enviaron esta foto:
Y esta foto:
Una era un cuadro, la otra, una escultura que estuvo colocada en una plaza pública de la ciudad de Viena durante seis meses.
Apretando los dientes de impotencia, les escribí un correo, recordando a los señores americanos que ambos ejemplos correspondían a sendas obras de arte colocadas en sitios públicos. Y les preguntaba, asimismo, si el David de Miguel Angel era porno duro, o la Venus del Espejo de Velázquez, debería ser contemplada solo por mayores de dieciocho años.
Silencio.
Para conseguir poder volver a publicar mis fotos con normalidad, no me cupo más remedio que bajar la cabeza y, aunque me doliese (y me dolió mucho, porque fue como admitir que ellos tenían razón) filtré fotos de obras de arte como si fueran material no apto para menores.
El proceso me dio mucho que pensar.
Los europeos pensamos que las reglas que rigen en el pedazo del mundo en que vivimos son aplicables en el resto del planeta. Sin embargo, en esa enorme franja de tierra que abarca el llamado “cinturón de la Biblia” americano, o en el norte de África, o Asia Menor, o en Japón, reina un puritanismo histérico y violento.
Cuando hasta los productos más refinados del espíritu humano pueden ser considerados pornografía, cuando el simple hecho de mostrar un cuerpo desnudo puede ser considerado un acto obsceno, es que la cosa va en serio.
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