11 de Abril.- Hoy ha sido el primer día bueno en Viena en lo que llevamos de año. El primer día de primavera, vaya. La gente, o sea, todos los ciudadanos vieneses, hemos salido a la calle y, un buen montón de nosotros, hemos ido a la Plaza del Ayuntamiento en donde hay un festival sobre Estiria, el land austriaco en donde se produce el mejor aceite de pipas de calabaza (ideal, dicen, para prevenir las afecciones de próstata) y los mejores millonarios con destino al Canadá (Frank Stronach).
Mis amigos y yo, que solemos reunirnos los jueves para hablar de todo un poco delante de unas cervezas, hemos considerado hoy conveniente trasladar la ubicación habitual de nuestra tertulia y nos hemos sentado en la plaza del ayuntamiento viení, a escuchar unos ritmos que recuerdan sin duda al tractor amarillo y a ver deambular a la población aborigen enfundada en sus galas campesinas. Ellas, enseñando canalillo –o “la leña que tienen delante de la choza”, según feliz expresión local-; ellos demostrando que el hombre también tiene derecho a lucir las pantorrillas curtidas en el senderismo o en el jogging.
En uno de esos meandros que tienen este tipo de conversaciones, ha aparecido la convocatoria que, hace unos días, hizo la plataforma Juventud Sin Futuro, de una manifestación en un lugar céntrico de Viena bajo el lema “no nos vamos, nos echan” (tradúzcalo al alemán quien tenga ánimos). El objetivo de la demostración pública era concienciar a los ciudadanos vieneses de que la abundancia que hay últimamente de españoles en su término municipal no se debe a que hayan sucumbido a una repentina fiebre por Strauss ni por la gastronomía local. Las personas que acudieron a la manifestación se consideraban (se consideran) “exiliados económicos”.
Se ha producido un debate bastante animado a propósito de las razones que llevan a la gente a venirse a vivir a Austria y sobre si esa gente tenía razón o no a considerarse “exiliados económicos” . Un debate cuyos términos aproximados yo dejo aquí con la secreta esperanza de que mis lectores se pronuncien también. Por ejemplo, se ha puesto bastante en duda que la causa mayoritaria de la emigración sea el parné. Por lo siguiente: si nos consideramos a nosotros (ocho personas), como una muestra aleatoria de la población inmigrante española, la conclusión es comprometida para los que defienden que España está siendo asolada por una fuga de cerebros: un ochenta por ciento de nosotros está en Austria por amor. Como, por otra parte, un alto porcentaje de nuestros amigos.
Hay quienes sostienen, asimismo, que los españoles que abandonan su país para irse a vivir a otras tierras son los miembros más aventajados de la que, proverbialmente, se conoce como “la generación más preparada de la historia” (de España). Las estadísticas parecen quitarle la razón. Pensando en el tema, yo me he acordado de un artículo que, hace algunas semanas, publicó en El País el catedrático de sociología de la UNED Luis Garrido Medina. Sus conclusiones merecen la pena leerse y pido a mis lectores que lo hagan (pinchando aquí), sobre todo porque los números que aporta Garrido desmontan ese mito de la avalancha de españoles que se ha lanzado a la conquista de Europa como Alfredo Landa cuando, en los sesenta, iba con el pan de hogaza y la gallina bajo el brazo.
Antes de nuestra conversación, yo tenía bastante clara mi opinión al respecto, pero ahora tengo que confesar que estoy bastante confuso. Y la confusión, para ciertas cosas, es sana, porque obliga a cuestionarse los prejuicios.
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