16 de Abril.- El otro día, mis alumnos me contaron una anécdota deliciosa y que, a mi modo de ver, ilustra de una manera muy elocuente la relación que los austriacos tienen con las personalidades públicas.
Di que un amigo de ellos, amante de los deportes de montaña, conducía hace un par de semanas por la carretera, llena de curvas y revueltas, que une la región alpina de Annaberg con Viena. Por lo que sucedió a continuación, se deduce que debía ser esa hora del atardecer en la que todo se ve como a través de un cristal azul y la visibilidad es reducida. En la distancia, nuestro hombre distinguió a un matrimonio mayor. El hombre, enarbolando un mapa desplegable, le hacía señas para que parase el coche. El montañero, servicial como suele serlo la gente que comparte su afición, se hizo a un lado de la carretera y paró. El hombre mayor se acercó al coche y le saludó con un sonoro Gruss Gott. Al conductor le hicieron falta muy pocos segundos para darse cuenta de que quien le estaba saludando era el Sr. Fischer, presidente de EPR y Jefe del Estado austriaco y que la señora pequeñita que iba con él no era otra que su esposa Margit.
Algo azorado, el Bundespräsident le explicó a este chico que, como siempre, había estado haciendo senderismo por la región en la grata compañía de su santa, pero que él y su mujer se habían debido de equivocar de camino y se habían perdido. Tras muchas vueltas, y a Dios gracias, habían conseguido dar de nuevo con la carretera. El Sr. Presidente le pidió que, si no era mucha molestia, les indicara el camino o les llevara a un punto en donde debían de tener el coche. El joven les llevó en un salto, naturalmente y, por el camino, con mucho desparpajo, le dijo a Fischer:
-Esto, señor Bundespräsident, no le hubiera pasado si hubiera usted llevado un GPS. Casualmente, yo los vendo y sé de lo que hablo.
Fischer movió arriba y abajo sus cejas de león marino –creo que después del almirante Carrero es el político con más cejas de la Historia- y se mostró muy interesado por el funcionamiento de estas brújulas guiadas por satélite.
Llegados a su destino, el señor Presidente y su señora le dieron las gracias a quien les había auxiliado de manera tan gentil y se despidieron.
A primera hora de la mañana del siguiente día laborable, nuestro amigo el conductor abrió su tienda y ¿A quién tenía allí? Pues al Sr. Fischer, dispuesto a hacerse con un chismecillo guíasenderistas
Viviendo en Viena es fácil encontrarse a políticos, como diría Manolito Gafotas, en los lugares más inhóspitos. Últimamente me cruzo mucho con Eva Glawischnig, la jefa de los verdes (Die Grünen), pero también he visto al antiguo canciller Gusembauer comiendo con el pintor Nitsch . Doña Eva iba todas las veces con su marido perfecto y sus niños no menos perfectos, alta, guapa, delgada y elegante como corresponde a una señora que vive según todo lo que manda la ecología y la vida sana. Me consta asimismo que el Sr. Bundespräsident sigue viviendo en su casa de siempre en un barrio céntrico de Viena (céntrico pero no demasiado caro) y que, a pesar de ocupar la más alta magistratura del Estado, no se apea nunca de esa imagen de intrépido abuelo que es el secreto de su éxito.
A pesar de ser todos estos personas conocidas, me consta que, por la calle, los austriacos les hacen el favor de actuar como si fueran particulares perfectamente anónimos. Cosa que entendemos todos que las personas conocidas agradecen.
Me he acordado de esto muchas veces durante estos días, pensando en los llamados “escraches” (quien no esté familiarizado con el término, puede pinchar aquí y averiguará todo lo que desee saber) ¿”escrachearían” los austriacos a sus políticos? Hoy por hoy, situaciones como las que se están dando en España aquí serían poco menos que imposibles. Económicamente, y toquemos madera, Austria es en la actualidad una balsa de aceite. El paro es el más bajo del continente, la especulación inmobiliaria está atajada por severas leyes que regulan la venta de casas. Entre la población, está firmemente establecida la opinión de que los jóvenes encuentran trabajo si se ponen a buscarlo y, en fin, Austria es un país seguro que mira al futuro con razones para un tranquilo optimismo. Pero ¿Qué pasaría si se diera la situación económica que reinó en los convulsos años de la primera república austriaca? ¿Seguiría conservando la ciudadanía de EPR su silencioso civismo? ¿Un pueblo, como es este, tan celoso de la vida privada de los otros, localizaría los domicilios de los políticos que le cayesen mal e iría a dar la cacerolada bajo sus balcones? ¿Podría permitirse el señor Presidente hacer senderismo con su señora sin guardaespaldas ni perrito que le ladrase?
Espero no tener que comprobarlo nunca.
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