El Organismo Europeo para los Derechos Humanos ha publicado hoy un informe cuyas conclusiones ilustramos con un ejemplito.
17 de Mayo.- Jürgen Gromenauer, 37 años, vive en Mitteldorf, bonita ciudad de mediano tamaño sita en la feraz región austriaca de Burgenland.
A primera vista, la vida de Herr Gromenauer no es patricular y cuando llueve, él se moja como cualquier hijo de vecino. Es el mayor de dos hermanos varones, su madre era enfermera –disfruta ya del gozoso estado de la jubilación- y su padre profesor de matemáticas del insituto local, en donde Gromenauer se sacó la matura con una nota tirando a discretilla. La perspectiva de seguir estudiando no le llenaba, así que Gromenauer, a los veinte años de su edad, una vez cumplidas sus obligaciones con la Patria, entró a trabajar en la pequeña industria Taponen aus Corchen GmbH, compañía que, como su nombre indica, se dedica a fabricar cilindrines que impiden que el justamente famoso vino burguenlandés pueda escaparse de las botellas.
Herr Jandermorr, el jefe de Jürgen, está contentísimo con él. Es el empleado modelo. Cumplidor, fiable, puntual, discretísimo y con sentido del humor. Aún más: desde que Gromenauer dirige el modesto, pero eficiente, departamento comercial de Tapones aus Corchen GmbH, las ventas han aumentado, porque Jürgen resulta fiable para los clientes y está siempre dispuesto a buscar pacientemente la solución perfecta para los problemas que le plantean.
Aunque quién sabe qué sucedería si la peor pesadilla de Jürgen se hiciera realidad y su jefe descubriese el tremendo secreto que su empleado le oculta hasta a sus más íntimos.
En 2005, hace ahora nueve años, durante un viaje a Grecia, Gromenauer conoció en una discoteca a Katja Harrl , una muchacha de Dortmund (no hacer chistes fáciles, que nos conocemos) algo metidita en carnes y de ojos picarones, que le robó el corazón. Tras el tiempo correspondiente de relación a distancia, cruce de e-mails apasionados en los que se prometían mutuamente comerse vivos, en pepitoria o al chilindrón, y en los que se juraban un amor inmarcesible que duraría hasta más allá de sus respectivos fallecimientos, Katja se instaló en Mitteldorf e hizo la felicidad de Jürgen.
Una felicidad que el austriaco, sin embargo, ocultaba tenazmente hasta a sus más íntimos. Se las arregló para inventar todo tipo de excusas para que sus padres se creyeran que Katja no era su novia, sino su compañera de piso (incluso montó dos alcobas de las cuales, como es lógico, sólo se usaba una). En Taponen aus Corchen GmbH siguió pasando por el soltero ideal y arrancándole suspiros (cada vez menos disimulados) a Adelhaide, la secretaria del señor Jandermorr, la cual, mientras tanto, seguía en la higuera de la verdadera vida de su compañero.
En las fiestas de la empresa, Jürgen, acosado por la nostalgia de su Katja, siempre pretextaba una gastritis pertinaz para poder marcharse lo antes posible a casa (en donde encontraba a su novia delante de la tele, viendo una película tontaina basada en una novela de Rosamunde Pilcher y la sola visión le alegraba las pajarillas).
Naturalmente, mantener un secreto de estas características tenía sus problemas y a veces exigía desagradables sacrificios. Por ejemplo, cuando Katja se resbaló un invierno en una acera de Mitteldorf y sufrió una dolorosa fractura de metacarpio de la que tuvo que ser operada, Jürgen no se atrevió a visitarla en la clínica, no fuera a ser que algún vecino cotilla atase cabos y le fuera con el cuento a Herr Jandermorr. Asimismo, Katja se pasa la navidad y otras fiestas familiares sola, en la casa común. Jürgen cumple el enojoso paripé de cenar con su padre, sus hermanos y un par de sobrinos a los que con gusto les aplicaría la mundialmente conocida terapia conductual Herodes para niños hiperactivos y luego, a altas horas de la noche, se marcha a casa para encontrar que Katja, hasta el espumillón de esperarle, ha apagado las luces del árbol de navidad y se ha metido en la cama.
Para colmo, Jürgen tiene que aguantar, de vez en cuando, cómo el señor Jandermorr y sus compañeros de trabajo hacen bromas sobre “esos que viven con mujeres”. En esas ocasiones, Jürgen entierra la nariz en sus papeles y no dice nada.
¿Se imaginan mis lectores una situación así de absurda? Pues según el Organismo Europeo para los Derechos Humanos, si Katja se llamase Theodor, Fritz o Krispin Klander nuestro ejemplo describiría perfectamente la situación en la que viven muchos homosexuales de la Unión Europea. Y muchos, sin embargo, aún viviendo así, pueden darse con un canto en los dientes. En Austria, el nivel de discriminación hacia las personas homosexuales, transexuales y bisexuales ha pasado en los últimos años a ser similar al que existe en España (bueno, debido a la prominente posición que en este país ocupa la Iglesia Católica y al deficiente marco legal, quizá sea un poquito más que en España, pero bueno).
Sin embargo, en otros países de la Unión Europea y de su esfera de influencia, los homosexuales y las personas transexuales no tienen tanta suerte ¡Ya quisieran los gays de Rusia o de Ucrania ser invisibles como en Austria o en España! En la patria de Putin, por ejemplo, existe una ley que castiga no sólo la homosexualidad misma sino cualquier tipo de intento para que la sociedad acepte la existencia de los gays como algo normal.
En Austria, por ejemplo, con el ordenamiento jurídico en la mano, sería perfectamente legal que un camarero se negase a servir a una persona transexual u homosexual o que inlcuso la expulsase del local. Y lo peor de todo es que aún hay mucha (demasiada) gente a la que esto le parece normal.
Aquí, el informe (en alemán).
Aquí, el artículo del Der Standard, que habla del tema
Aquí, la cobertura de El País sobre el tema
Hoy, día 17 de Mayo se celebra el día en contra de la discriminación de las personas homosexuales, transexuales y bisexuales. Tal jornada como hoy, en 1990, la Organización Mundial de la Salud borró la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales. La transexualidad, sin embargo, sigue incluida.
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