Muchas más y muchas menos de lo que pudiera parecer a primera vista.
Las gafas de ver de España
Una de las características que distingue a los españoles recién llegados de los que ya llevamos aquí un ratito es que existe un periodo de tiempo (más o menos largo, dependiendo de la persona) durante el cual el afectado es víctima de un fenómeno curioso: su cuerpo vive aquí (come aquí, a veces incluso trabaja aquí) pero su mente sigue viviendo en España.
El fenómeno es comprensible pero afortunadamente, en la mayoría de las personas, de duración transitoria. Empieza a desaparecer en cuanto empiezas a tener un poco de manejo con el idioma y te empieza a dar vergüencilla lo de montar manifestaciones que parecen (y son) quedadas de colegas para irse de copas.
Mis amigos y yo llamamos a esto “llevar puestas las gafas de ver de España” y cuando escuchamos o leemos a un compatriota decir
ciertas obviedades, movemos la cabeza y decimos:
-Ya está este (o esta). En fin, ya se le pasará…
Porque, naturalmente, es inútil hacerle ver al interesado lo ridículo que es protestar en Austria por las corridas de toros o vocear a favor o en contra de la potencial independencia de Cataluña.
En primer lugar, uno está demasiado lejos de España para que la protesta tenga la mínima relevancia en su contexto local natural y, en cuanto a los aborígenes, mientras tengan constancia de que en Cataluña (bajo la opresora bota madrileña o en el gozoso estado de “poder decidir” sobre su destino) seguirán pudiendo comer tapas de berberechos, todo lo demás, con perdón, se la refanfinfla.
Los austro-turcos
Sin embargo, la característica que distingue a los turcos de los inmigrantes de otras partes que yo he conocido y trato es que, incluso si han nacido aquí, se siguen sintiendo más turcos que austriacos. O sea, su sentido de pertenencia al grupo “los turcos” es mucho más fuerte (y más pertinaz, qué perezón) que en otras nacionalidades y son muy refractarios a cualquier cosa que les parezca “demasiado austriaca”.
Por poner un ejemplo tonto: uno de los pasatiempos nacionales de los austriacos es el senderismo, el “Wandern” famoso. Ellos, los aborígenes, lo aprecian mucho y dan mucho valor a que a ti, como extranjero, también te guste, porque lo consideran una de las cosas buenas de la vida. Pues bien: yo llevo aquí va para ocho años y nunca, pero nunca nunca nunca, he visto a ningún turco en un bosque austriaco disfrutando en compañía de sus niños, como hacen los nacionales, de la naturaleza.
Esta persistencia de la identidad turca sobre la que podríamos llamar “sobrevenida” austriaca es la explicación, bajo mi punto de vista, de que ayer se manifestasen más de ochomil personas a favor de Erdogan por las calles de Viena (otros dos millares y medio, aproximadamente, se manifestaron en contra). Erdogan 1, Indignados 0, por lo tanto.
Los austro-turcos (algunos de los cuales, los más jóvenes, apenas hablan el idioma o lo hablan fatal y solo han pisado Turquía durante quince días de vacaciones) se sintieron en la necesidad de “apoyar” (¡Qué verbo tan Maria Teresa Campos, señora!) al mandatario turco, a pesar de que el bueno de Erdogan se encuentra a varios miles de kilómetros de esta capital y era bastante improbable que el vociferio llegara a su despacho presidencial.
Estas manifestaciones (en pro y en contra) están dejando al descubierto, por otra parte, la contradicción en la que viven algunos partidos de la izquierda austriaca los cuales, si bien están en contra de la discriminación de los extranjeros (turcos, en este caso), también han visto no sin perplejidad que tienen que tragarse el sapo de sacar la cara por unas personas con un sentimiento religioso muy fuerte que va en contra de los propios ideales de laicismo y diversidad que ellos defienden. Porque las manifestaciones de diferentes facciones turcas están siendo, y no en último lugar precisamente, un enfrentamiento entre dos maneras de ver la religión: entre aquella minoría ilustrada que vive en Austria y hace una interpretación laxa del islam y una mayoría pro-Erdogan, conservadora, que está por el rigorismo.
Son estos últimos los que, escandalizados por las declaraciones de un político verde que glosábamos el otro día, hablan de “falsa tolerancia”.
Es esta, por cierto, una expresión que he tenido ocasión de escuchar bastante durante estos últimos días.
Y en boca de un sacerdote católico, curiosamente (como mis lectores tendrán ocasión de comprobar un día de estos).
Da que pensar.
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