De cómo, según informan los periódicos aborígenes, el embajador español en Viena trató de salvar con su iniciativa un grave conflicto diplomático (ejem).
La dura vida de un embajador
Seamos francos, ahora que no nos oye nadie. Al contrario de lo que sucedía en esas épocas antiguas que tan bien glosa mi amigo Luis Tercero, hoy en día ser embajador en Viena debe de ser un auténtico rollo.
Que el Excelentísimo Señor, que yo sé que me lee, no se me ofenda, pero yo me lo imagino como un trabajo de esos en los que las neuronas no es que se te mueran por el envejecimiento propio del cuerpo humano, sino es que se te deben de suicidar de puro tedio. Y además, una labor tan poco saludable. Un suplicio.
Todo el santo día de canapé de paté La Piara en canapé de paté La Piara, de tinto añejo en tinto añejo, viendo a la misma gente en diferentes sitios, cotilleando de este o de aquel (“que me han dicho que en la embajada de Marruecos ponen un cuscús… (y aquí una expresión eficaz pero ordinaria)” o “me han soplado que la secretaria del cónsul de Lituania está de take bread and moja…”), pinchándote música clásica en vena en teatros con sobredosis de pan de oro cuando, lo que a ti te gusta de verdad son, pongamos por caso, las Brown Sugar (Tus ojos bandido, lolailo lolailo…) o David Bisbal.
En fin.
Sin embargo, hay días en que el ser embajador en Viena debe de ser algo emocionante y uno de esos días debió de ser ayer.
Un avión aterriza en Viena
El mandatario boliviano Sr. D. Evo Morales, esta vez sin uno de esos audaces jerseys que le han llevado a la cúspide de las listas de hombres más elegantes del mundo (puesto que comparte, en dura competencia,con Kim Jong Il), volvía de Moscú de asistir a una cumbre cuando, de pronto, empezaron a llegarle denegaciones de permiso de cruzar el espacio aéreo de diversos países europeos.
¿Pero qué invento es esto? Debió de decir Evo, emulando a Sara (q.e.p.d.).
Y era que por el viejo continente se había extendido el bulo de que Snowden (said we yesterday) iba escondido en el jet del recortadito jefe de Estado sudamericano.
Un avión, señores, tiene el combustible que tiene, y ahí que anduvo el pobre Evo dando vueltas por el cielo de la vieja Europa hasta que el ingenio entró en reserva y hubo que pedir permiso para aterrizar en algún sitio a fin de repostar.
¿Dónde? O, mejor dicho Wo? Pues mis lectores lo han adivinado: en Viena, aeropuerto de Schwechat.
Tomó tierra el aparato y, como hubiera dicho mi admirado Manolito Gafotas, empezó a subir la tensión ambiental.
Los Estados Unidos, que querían comprobar si Snowden iba o no iba (con Evo), los austriacos que, como manda su comedida tradición diplomática, no querían líos con el Gobierno de La Paz pero tampoco querían disgustar al Gobierno americano. Evo, entretanto, jurando en quéchua y poniendo por testigo al lago Titicaca y Spindelegger, Spindi, Ministro de Exteriores de EPR, tomando Red Bull –que revitaliza cuerpo y mente-.
Café La Estrella torrefacto
La situación era explosiva porque, naturalmente, el interior del avión de Evo era territorio boliviano y los policías austriacos no podían entrar en él así como así.
Los americanos presionaban: que Snowden iba con Evo (parece la letra de una canción de Georgie Dann, pero no) y Evo que no, que él no sabía ni cómo se llamaba Snowden –de nombre de pila, se entiende-. La pasma austriaca (desde el respeto) que consigue entrar en el avión para hacer un control de pasaportes –pero no puede levantar los cojines de los asientos para ver si Snowden se esconde debajo-. Snowden que no aparece Y los americanos: ¿Dónde está Snowden?. Pues mientras Snowden no aparezca, Evo no vuelve a Bolivia.
Spindelegger, metiéndose el dedo por el cuello de la camisa, que da una rueda de prensa para decir que no le consta que el prófugo esté en el avión.
El presidente Fischer que se persona en el aeropuerto para intentar calmar a Evo y, en esto, aparece la cabeza de la legación diplomática española que, con ademán taurino (dejadme solo, que al Snowden ese lo encuentro yo) le propone a Morales “tomarse un cafelito” con él en su avión al objeto de ver, así, de reojillo, si el americano estaba a bordo.
(Repito, que esto no me lo estoy inventando: los periódicos austriacos lo han contado repetidas veces hoy)
Yo, personalmente y, de nuevo, con el permiso del Excelentísimo Señor, me imagino la cara que debió de poner Spindelegger cuando se lo contaron.
–Café, what? –o, en viení “Kaffe, Wos?”
Evo utilizó los canales diplomáticos para comunicarle al Excelentísimo Señor Embajador del Reino de España que no, que se les había acabado la leche.
En todas las legaciones vieníes, me temo , van a tener cotilleo para rato.
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