Un safari fotográfico del que los cazadores vuelven con muchas fotos (que no habían hecho ellos).
20 de Julio.- Ayer por la tarde, mi amigo P. me mandó un mensaje por si me apetecía ir al Naschmarkt a hacer fotos. Aclaro que, para aquellos a los que nos gusta fotografiar gente, el Naschmarkt no es precisamente la Donauinselfest pero, sin duda, es un buen coto de caza. Probablemente, lo más friki de Viena se congrega en ese trozo de la ciudad que, el resto de los días de la semana, es un aparcamiento.
La excursión, en términos fotográficos, ha tenido unos resultados tirando a modestos…Bueno ¿De verdad? No, claro. La cosa es que P. y yo nos hemos traido a casa muchas fotos. Pero ninguno de los dos las había hecho.
Lo que son las cosas.
Me explico. Al pasar por delante de un puesto, me he fijado en que había apiladas unas placas de cristal. He llamado la atención de P. que estaba a otra cosa y nos hemos dado cuenta de que las plaquitas eran negativos del siglo XIX. Había como veinte.
Yo le he preguntado al caballero que los vendía (una de esas personas que resultan ser simpáticas pero que, de primeras, no quisieras encontrarte en un callejón oscuro).
–Fúnsig oiro –me ha dicho con un alemán del este- o sea, cincuenta eurazos.
Y yo, que no, que nada. Ya me iba. Y P., que es inasequible al desaliento (y que, como he descubierto hoy, tiene un ta-len-ta-zo regateador) me ha preguntado:
-Paco ¿Las quieres?
Y yo con esa cara que ponías de pequeño cuando te ofrecían una cosa de la que tu madre te había dicho que solo podías comer una.
Y él se ha puesto a regatear con el hombre, que quería 3 euros por placa (hagan cuentas mis lectores). Y P., que no, que muy caro. Y el otro que cuánto quería pagar y P. que X euros por todo. Y el otro, como en La Vida de Brian ¿X euros? ¿Y de qué van a comer mi madre nonagenaria, enferma y ciega y mis catorce hijos? Y P., que no. Y el otro, Y+0.5 y P. Y+0.2. Venga, trato hecho. P. me ha propuesto pagar las placas a pachas. Venga, muy bien. Y luego nos las repartimos.
Pero hete aquí que, observando a P. yo he descubierto, si se me permite la metáfora y espero que él no se me ofenda, que el talento del buen regateador es como el del buen amante, o sea que no solo está en el momento mismo de la faena, sino también en el cigarro de después (quien fume, claro). Porque tras cerrar el trato P. se ha puesto a preguntarle al hombre que de dónde era que si de Bosnia, que si pin y que si pan. Y entonces el buhonero se ha acordado que tenía más negativos.
!¿Que tiene más?! Ha llamado a una mujeruca medio dormida que debía ser la suya y le ha pedido algo. Han sacador una bolsa de papel de Nespresso llenita de placas de cristal. La negociación se ha repetido y esta vez P. las ha sacado por un precio mucho más ajustado.
Después, satisfechos, nos hemos ido a un café cercano a examinar el botín. Eran todo estampas de la Belle Epoque vienesa. Entre 1894 y 1917. Las fotos que ilustran este post son la mitad que a mí me ha tocado, pero estoy deseando que P. escanee las suyas porque si son la mitad de buenas que estas, deben de ser fenomenales.
La foto del niño entre el tejón y el zorro ahorcados que ilustran este post demuestran la labor pedagógica que Walt Disney ha hecho durante el último siglo.
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