Hasta en las mejores familias hay un running gag.
28 de Julio.- En todas las familias hay uno o varios running gags, que se llaman. Son esas bromas que no por mil veces repetidas, dejan de hacer gracia. Uno de los nuestros es el recuerdo de un programa de Antena 3 (cuando Espejo Público lo presentaba Sonsoles Suárez, conocida en aquella Santa Casa, y con razón parece ser, como “Solete” Suárez).
Salía un alcachofero a la calle a pulsar eso que se llama la opinión de “el pueblo soberano” y, micrófono en ristre,serio, profesional, competente, le hacía a dicho pueblo esta pregunta:
-¿Qué haría usted con los que conducen sobrios?
Las respuestas eran a cual más indignada, pero en mi casa nos hizo gracia una de un señor que, poniendo todo el corazón en el asador (Sofía Cazagatos dixit), se echaba al monte:
-¡Al que condujera sobrio habría que matarlo!
La citamos mucho cada vez que alguien oye por la bragueta como los gigantes y reacciona en consecuencia.
Esta respuesta le viene a uno a la mente cada vez que piensa en el conocimiento que tienen los españoles de Austria. Si el reportero de más arriba saliese, pongamos, por el barrio madrileño de Manoteras (he escogido este al azar, que seguro que los habitantes de Manoteras son todos cultísimos) y preguntase por Austria, lo más probable es que escuchase respuestas sobre los canguros o sobre Mofli, el último koala (¿Hay alguien en la sala que se acuerde aún de aquella serie?). Los Alpes son una barrera natural, pero sobre todo una frontera cultural. Muy bueno tiene que ser lo que ocurra en uno de los lados para que pase al otro.
Hace días, sin embargo, cuando aún estábamos felizmente ajenos a los sistemas de seguridad que debe llevar un tren de alta velocidad (¿Hasta qué punto se puede estirar una noticia? ¿Cuántas veces se puede sacar la foto del conductor de un tren con la cabeza ensagrentada?) salió en El País que se iban a estrenar en España las tres últimas obras del director austriaco Ulrich Seidl. Las de la trilogía dedicada a las virtudes teologales: la Fe (Paradis: Glaube), la Esperanza (Paradis: Hoffnung) y la Caridad (Paradis: Liebe). Solo he visto Paradis: Glaube (ver crítica, aquí y ver los problemas que Seidl tuvo con grupos fundamentalistas católicos aquí). Pero entiendo que las otras dos partes de la trilogía son igual de recomendables.
También he buscado la biografía de Seidl (1952, Horns, Baja Austria) y me he explicado inmediatamente el por qué en sus películas está tan presente el tema del pecado, de la culpa, del amor defraudado. Seidl nació en una familia muy religiosa que quería para él un porvenir en el sacerdocio (por suerte para el séptimo arte no se salieron con la suya).
Algunos austriacos dicen que Ulrich Seidl es el Almodóvar de Austria, y en cierto modo los estilos son parecidos (sobre todo del primer Almodóvar) y es verdad que las carreras de los dos han ido discurriendo hacia un proceso cada vez mayor de estilización de la imagen. Almodóvar, sin embargo, es más barroco y Ulrich Seidl ha ido cada vez más por el camino de la sencillez. Cualquier fotógrafo aficionado lo pasa de miedo viendo cómo Ulrich Seidl es capaz de construir composiciones cuidadísimas y ultraeficaces con objetos de la vida cotidiana. Es un maestro en el arte de saber dónde colocar la cámara.
En todas las películas de Seidl hay, además, un personaje totalmente deshumanizado. El Mal que, para Seidl, es la estupidez humana, más que la pura perfidia. Esa bestia de dos patas que podría pedir, perfectamente, la pena de muerte para todo aquel que se atreviese a conducir sobrio.
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