29 de Julio.- ¡Ay, aquellos tiempos en los que yo trabajaba en la tele…!
Sabor, sabor, sabor a ti
Una de las cosas que aprendí cuando trabajaba en la tele es imposible luchar contra la fuerza de los mitos repetidos: las palabras de la tribu.
En el archivo, guardábamos lo que se llamaban “compactados”. Eran unos Betacams en donde, sin locución y sin editar, en bruto, había horas enteras de imágenes de tal personaje o tal hecho.
Los compactados tenían siempre un vago aroma funerario. Los había de todas las personas famosas con una edad que presagiase un próximo encuentro con la parca de manera que, si se producía el fallecimiento, el redactor no tuviera más que tirar de las cintas para crear una bonita pieza en menos que canta un gallo.
En aquella época, 1999-2000, había compactados de Juan Pablo II porque se esperaba que, en cualquier momento el papa polaco iniciaría el proceso hacia su previsible turbosantidad (como así ha sucedido luego, una vez obtenido, como es preceptivo, el concurso de dos personas que dicen haberse curado milagrosamente por su intercesión) o de Buero Vallejo, que también murió después; y había también compactados de personajes atados para siempre a una efemérides. Por ejemplo, Lola Flores (los aniversarios de cuya muerte se conmemoraban al principio anualmente, luego de cinco en cinco años y después por décadas). O también había compactados de Lady Di, que había muerto en 1997, un día de últimos de agosto.
Llegaba el redactor de Flavour To You (lo que hacía Anna Rose Quintana en aquel momento y aquella cadena) y te pedía:
-Quiero la cinta número XX…Que tiene unas imágenes de lady Di (decían casi todos leididí, en una extraña mezcla de inglés y español)…Pero no serán las de siempre ¿No?
Y entonces uno les garantizaba que la cinta que pedían prestada casi no se había movido antes y que seguramente las imágenes de la difunta del príncipe Carlos eran poco menos que inéditas.
Ellos se marchaban muy contentos y no se daban cuenta que, con aquellas piezas, en realidad ayudaban a deformar otro poquito más la imagen de la extinta princesa de Gales ahondando en ese mito baratuno y sentimentalón en que Diana se ha convertido desde su muerte.
El mito inarrugable
La otra noche me acordaba yo de aquellos tiempos. En una mesa a la que se sentaban no menos de diez personas con formación superior, nada sospechosas de creerse esas tonterías que hacendosos redactores imaginan para consumo de marujas adictas al chocolate, se me ocurrió decir que a Lady Diana de Gales hubiera sido una reina de Inglaterra catastrófica y que, en vida, había debido de ser más simple que una mata de habas (estoy convencidísimo de ello) o peor, una neurótica y una pasiva agresiva de cuidao.
Con esto no estaba yo diciendo en ningún caso que el príncipe Carlos fuera mejor, solo que Diana de Gales era la típica niña pija metida en una historia que le había venido grande desde el principio. Y que, a pesar de que a mí me da lástima de todo el mundo, ya en vida yo había sido incapaz de sentir ni un gramo de compasión por aquella señora.
Alrededor de la mesa estalló un clamor indignado y mis contertulios empezaron a decir las mismas tonterías con las que los redactores de Sabor a ti adornaban aquellas piezas en donde lo único verdadero que se decía era que el vestido de novia de Diana de Gales había tenido tantos metros de seda y mangas de farol. O sea, que si se había casado enamorada (y yo: pero vamos a ser serios, hombre), que si estuvo atrapada por el protocolo de la corte…En fin.
Y naturalmente, salió Sissi.
No hice más que echarle gasolina al fuego cuando dije:
-¿Sissi? ¿Y a esa me ponéis de ejemplo? Pues vaya: otra loca.
(Y no digo nada raro, entre los ascendientes directos de Elisabeth de Austria había un sesenta por ciento de enfermos mentales: empezando por su primo Luis de Baviera y terminando por varias de sus hermanas).
Elisabeth fue una señora que estaba como un cencerro muy probablemente desde antes de conocer a Francisco José (recordemos: el emperador tuvo su único pensamiento original en una soleada mañana del verano de 1887) y con los años se profundizó con el uso. Habida cuenta, también es verdad, que el ambiente alrededor no la ayudó nada.
Sissi fue un personaje que se fue ennegreciendo conforme avanzaba su vida, que se hizo gradualmente más y más siniestro en una época en la que lo siniestro era de buen tono y, si algún día se descubriese que dormía en su ataud y que solo salía de noche a chuparle la sangre a sus víctimas, la verdad es que yo sería el último sorprendido.
Llegados a este punto, mis amigos estaban a punto de lanzarme objetos contundentes así que reculé y no dije lo que opino de otra muerta ilustre: Marilyn Monroe. Lo dejo para otro post.
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