¿La ortografía te chupa un pie? ¿Consideras que los libros son el mejor medio de arreglar muebles cojos? ¡El Gobierno austriaco tiene la solución para ti!
5 de Agosto.-
Aquellos tiempos que no volverán.
Erase una vez un tiempo, un país, en el que las niñas aún no tenían como máxima aspiración profesional ser actrices porno y los chicos no suspiraban por parecer terneros engordados con clembuterol para poder salir en Gandia Shore.
Érase una vez un país en el que todo el mundo era de una clase media modesta. Una medianía que tenía que elegir entre pintar el piso al gotelé o unas vacaciones en la manga del Mar Menor. Un país en el que los padres educaban a sus hijos para que abandonasen el andamio o el oficio menestral y buscaran curro “en una oficina” (de funcionario, a ser posible) “que ahí, no pasas frío ni calor y estás todo el día sentadito, sin hacer nada”.
Érase una vez un país en el que todo la gente trataba de ser lo más fina posible para que le asignaran a una clase social superior a la que pertenecía, que por algo se empieza, y hasta Doña Lola Flores tomaba el café con el meñique enhiesto.
Uno de los instrumentos de los que la gente se servía entonces para reivindicar cierto lugar en el mundo era la escritura. Y, en un país en donde hasta el rey nuestro señor termina todos los participios en “ao” para hacer gala de campechanía, la fluidez, la precisión y, sobre todo, la corrección con la que se escribía, servía para encuadrar infaliblemente a una persona y, por lo tanto, para dejar al descubierto sus vergüenzas y sus virtudes.
Luego, las costumbres se fueron relajando (¿A partir de 1985, aproximadamente?) y hoy por hoy se puede decir sin temor a equivocarse no solo que los jóvenes (¡Incluso los que han pasado por la Universidad!) escriben que da asco, sino que, además, se considera que “meterle patadas al diccionario” como se decía en mi infancia, es un pecadillo menor. Una cosa que le puede pasar a cualquiera.
Un problema preocupante
La incompetencia lecto-escritora de muchos jóvenes se está convirtiendo en un problema grave que los Gobiernos no saben cómo atajar.
El hecho de que un porcentaje de indivíduos cada vez más alto salgan de la escuela obligatoria sin saber escribir correctamente en su idioma materno (o peor, sin entender un pijo de lo que leen) representa un enorme lastre para la economía. Máxime cuando, en países como en Austria, y debido al envejecimiento de la población, el capital humano joven se vuelve un recurso cada vez más escaso y más preciado.
Hace días, un jefe de personal de una de las empresas líderes en el sector tecnológico (las le dan de comer a este país, al fin y al cabo) se quejaba en un periódico de que, de todos los aprendices que le llegaban, alrededor de un treinta por ciento eran rechazados automáticamente porque no eran capaces de entender las sencillas instrucciones previas que se les suministraban para las pruebas de acceso.
Escalofriante.
El fenómeno, además, no es exclusivo de aquellos jóvenes que, nacidos en Austria, no tienen el alemán como idioma materno (26% del total), sino que alcanza a aquellos que se esfuerzan a brazo partido por convertirse en lectores del Heute y del Österreich (gran periódico) y en votantes de la ultraderecha (qué cruz, gensanta…digoooo un 8%).
Para intentar poner coto a este estado de cosas, la coalición social-popular que administra nuestros impuestos ha propuesto que, para aquellos que no acrediten poder hacer la o con un canuto, la escuela obligatoria (hoy, nueve años) pueda alargarse hasta tres años más.
El ejemplo es Suecia, en donde ya funciona un sistema parecido.
A favor: quizá tres años más consigan algo en el imprescindible proceso de “desasnación” de los estudiantes más obtusos. En contra: los malos estudiantes necesitan incentivos, atención, profesores especializados en mastuercillos (así es en Alemania, por ejemplo). Si no, la motivación se hunde y da igual que se sienten en una clase a meterse el dedo en la nariz hasta llegar a las meninges.
En definitiva, recursos.
Porque educar, señora, es una labor delicada y, en pocos casos, “varata”.
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