Pocas cosas causan más satisfacción que perderse en una ciudad desconocida y dejar que la vida invada tus sentidos.
9 de Septiembre.- esta vida nos concede raros momentos de felicidad perfecta. Para mí, esos momentos suelen tener el perfil siguiente: finales o principios del verano, a partir de los cinco de la tarde, el sol que va declinando lentamente, una ciudad desconocida, la cámara de fotos en la mano y todo el tiempo del mundo para hacer fotos.
Fue así en Pádua (Italia), ciudad a la que llegué sin proponérmelo la tarde del 13 de Junio, festividad del santo que antiguamente le concedía novio a las mocitas.Y fue un gozo hacer fotos de tanta gente guapa como había por la calle, bien arreglada como solo pueden arreglarse los italianos.
Una cosa así también me pasó en Lembgerg y quisiera compartir con mis lectores algunas de las fotos del paisaje humano de Ucrania. Un pueblo pobre, siempre al borde del susto, pero cordial y sanote.
Lemberg (en español Leópolis) conserva en su trazado la huella de los polacos, pero también de los austriacos que, entre el siglo XVIII y el final de la primera guerra mundial imprimieron una huella barroquizando primero todo lo barroquizable (la contrarreforma) y luego exportando cerca de Rusia el Art Nouveau (la verdad es que de ese no vi mucho).
La gente de Lemberg también es producto de ese ir y venir de influencias. Ves por la calle a los típicos eslavos de cabeza avellanada y pelo rubio cortado muy corto, y las niñas con esos coleteros parecidos a crisantemos en flor de todos los colores. Y a mujeres espectaculares (quizá un poco atrevidas para la moda occidental) porque a los ucranianos, como a Aznar, les gusta la mujer mujer. O sea, la que sale a la calle vestida para matar.
Y en las esquinas ves a gente abismada en partidas de ajedrez que se juegan con parsimonia o de Backgamon. Y sobre todo, lo que yo vi el sábado por la tarde fueron bodas, muchas bodas. Me estuvieron explicando que se había terminado la cuaresma ortodoxa y que se había dado el pistoletazo de salida para los casamientos.
Y ves coches cargados con productos agrícolas, que campesinas mayores vienen a vender en el mercado. Y tíos que se fotografían haciendo que disparan y mujeres que te miran desde el escaparate en donde hacen crepes. Ojos negros.
No hay mayor placer que perderse en una ciudad en donde nadie le conoce a uno y hacer fotos. Es uno de esos ratos de felicidad perfecta. Tan escasos.
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