Viena-Leópolis (y vuelta)

.Paco con Sacher Masoch

Hoy, hago una cosa que, en realidad, no se debe hacer: empezar una historia por el final

9 de Septiembre.- En realidad, hoy voy a hacer una cosa que no se debe de hacer, la cual es empezar una historia por el final.

Aprovecho para garabatear a toda prisa en un papel la espera, previsiblemente larga, que me aguarda para volver a entrar a la Unión Europea (qué gran invento, señores, y cómo se echa de menos cuando uno no está en ella). Por primera vez en mucho tiempo, he abandonado el territorio protegido por la bandera de las doce estrellas para hacer un viaje a Ucrania.

Tenía muchas ganas de hacerlo.

Para mí, exotismo ha sido siempre sinónimo de vodka y de alfabeto cirílico, de samovares llenos de té humeante y delicias elaboradas con tocino y productos lácteos, y las mil y una noches, las novelas de Nabokov y Mihail Bulgakov.

Hasta ahora, sin embargo, no había encontrado ninguna ocasión para acometer la aventura.

Los austriacos tienen, en general, mucha prevención hacia los países del antiguo bloque comunista (no es extraño, porque para Austria, el peligro siempre ha venido de Oriente) así que por ese lado no había posibilidad de “engañar” a nadie para que me acompañase. La excusa ha sido (¡Por fin!) el bautizo del sobrino de una amiga en Lemberg.Lemberg

Lemberg, Leópolis, Lviv en ucraniano fue, otrora, una floreciente ciudad del imperio austrohúngaro y, aún hoy, conserva numerosas muestras de un pasado esplendoroso, si bien algo desconchadas (las muestras) por culpa de la accidentada historia de Ucrania en el último siglo. Durante dos días he recibido un curso intensivo del alma ucraniana, y algo mejor: he disfrutado de la hospitalidad impagable de un pueblo cordial (tan y tan parecidos a nosotros, los españoles) y de esa posibilidad, que nunca se agradece bastante, de que los habitantes de una ciudad te lleven de la mano y te vayan contando cosas que no aparecen en ninguna guía.

Durante estas setenta y dos horas que se me han pasado en un suspiro, he aprendido a querer a esta gente que, en este momento, no tiene el viento de la historia a su favor, pero que dan con generosidad de lo poco que tienen y de la que quizá tenemos mucho que aprender.

Y ahora, el principio: todo empezó con un niño bilíngüe, un hombre ucraniano, una austriaca y un español montados en un coche dispuestos a hacer casi mil kilómetros ¿Me acompañas?


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