Cada vez que siento la tentación de reirme de según qué cosas, me pongo una grabación de mí mismo hablando en alemán.
11 de Septiembre.-Querida Ainara (*): mis amigos me preguntan siempre por qué le tengo tanta tirria a Franco como personaje y al franquismo como etapa histórica.
A mí, la pregunta me resulta muy sorprendente porque yo creo que, a cualquier observador objetivo no se le escapa que Franco, salvo por cierta astucia escaladora y una suerte endiablada estaba, culturalmente, muy poco por encima de un cabo chusquero (da vergüenza ajena escucharle decir, en las grabaciones antiguas, “uroplano” o llamar “rímicas” a las danzas de la sección femenina).
Por otra parte, el franquismo, con esa política de igualar a todo el mundo por lo bajo (aquel famoso “no te signifiques” que venía a ser en realidad “no destaques”) y de un patrioterismo de calderilla (que siguen practicando los renqueantes franquistas actuales con sus peñones de Gibraltar y otras tonterías semejantes) convirtió en ridícula una cosa que creo que es la base de cualquier relación sana con las propias raíces: el orgullo legítimo de ser español. O sea, tan legítimo como sentirse nacional de Namibia o Ucraniano o Brasileño.
Es ponerse a hablar bien del país de uno y que se le ponga instantáneamente cara de gilipollas porque años de pedestre propaganda franquista y de abuso de los símbolos que son propiedad de todos los españoles, los han desgastado y han provocado que lo que se considere “progresista” sea justo lo contrario: o sea, decir cosas negativas del propio país y alegrarse cuando ciertos esfuerzos comunitarios salen mal.
Me acordaba de todo esto al leer que, por enésima vez (bueno, ene es igual a dos) la candidatura de la ciudad de Madrid para celebrar los juegos olímpicos ha sido rechazada.
En el sarcasmo de los comentarios posteriores al hecho he creido percibir ese resabio de los tiempos de Francisco Franco, al que Dios tendrá sin duda en donde se merece, así como una cosa que en alemán se llama Schadenfreude. Esto es, la mala baba, la alegría malsana y la propensión al ensañamiento que a todos nos entra (nada de lo humano me es ajeno) cuando le pasa algo malo a un semejante al que le tenemos tirria.
En este caso, la víctima propiciatoria de esa lluvia de vómito sarcástico ha sido Ana Botella, alcaldesa de Madrid a la cual, como a Franco, reconozcámoslo, es fácil tenerle tirria.
Todos sabemos –sospecho que ella misma la primera- que los méritos de Ana Botella para ocupar el cargo que ocupa son bastante justitos. Licenciada en Derecho (cualificación que comparte con varios miles de parados compatriotas suyos), el oficio principal de Ana Botella durante toda su vida ha sido el de ser “señora de su señor” y todos sabemos –ella la primera- que es por él que fue escalando posiciones en el organigrama del Partido Popular hasta que Alberto Ruiz Gallardón dejó la alcaldía de Madrid para ser llamado a más altos destinos y, de rebote, le dejó la alcaldía a su segunda que, cosas de la vida, era doña Ana.
A mí, Ana Botella tampoco me cae simpática y me da mucho perezón el tipo humano que ella representa pero, en bien de la justicia y de la simpatía por el débil que debe siempre guiar nuestros pasos, no dejo de preguntarme ¿Qué hubiera pasado si, en vez de ser Ana Botella Ana Botella, hubiera sido un hombre el que hubiera dicho lo de la “relaxing cup of café con leche”? ¿Hubiera sido la reacción de la turba rencorosa también un despiadado “j*dete Ana”? Creo que no.
Todos los jefes de personal de Austria y del mundo entero saben que cuando un español dice “inglés medio”, en realidad está diciendo inglés estropajoso. Cualquier chaval de quince años austriaco habla inglés muchísimo más potable (y con un acento mejor) que el ochenta por ciento de los adultos españoles.
Repito: Ana Botella no me cae simpática, pero creo que hay muchos hombres mediocres ocupando puestos de responsabilidad (sin ir más lejos, muchos de los ministros del gabinete del actual presidente del Gobierno, o el mismo presidente del Gobierno, el cual, como sus antecesores, no habla una palabra de inglés) y nadie se mete con ellos de la manera en que la gente se está metiendo con Botella, pero las cosas hay que decirlas hasta cuando uno sabe que no serán populares.
Por otro lado, creo que el que Madrid no haya conseguido los juegos es una pésima noticia. Y no solo para Madrid, sino para todos los españoles. Y que, en vez de meterse con el inglés (inexistente, por lo que parece) de la alcaldesa, la gente tendría que pensar en qué vamos a hacer para sacar al país de donde está.
Creo, Ainara, que el cómo reaccionamos ante las desgracias y los ridículos ajenos, dice muchísimo de nosotros y de lo que nos pasa por nuestro interior. Y me parece que, en estos días, España se está retratando.
Desgraciadamente.
Besos de tu tío
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(*) Ainara es la sobrina del autor
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