Y es que con los amigos se puede hablar de unas cosas que no se pueden discutir casi con nadie más.
19 de Septiembre.- Uno de las peores consecuencias del machismo imperante en la sociedad hasta hace poco es que, uno de los sentimientos más hermosos que puede haber, y que más descansa el alma y que más aumenta la calidad de vida, se ha visto proscrito de las alabanzas que se han dedicado a otras cosas mucho más pedestres.
Hay muy pocas obras de arte, literarias o fílmicas, que se dediquen a analizar o a glosar la amistad auténtica entre hombres, la hermandad pura y noble que se da en un grupo de amigos. Sí que existen películas así para las mujeres (de hecho constituyen un cierto género; estoy pensando, por ejemplo, en “Magnolias de acero” o en “Tomates verdes fritos” o en “Volver”, incluso) pero no hay muchos flines en que los hombres sean amigos y pasen por problemas y cosas y se rían y lloren (como pasa en la vida) y que no tengan como escenario una guerra o alguien termine gritando que no siente las piernas en algún momento o de resaca en alguna ciudad desconocida de Estados Unidos. Parece que los chicos, para que la amistad entre nosotros no resulte sospechosa de tener algún interés sexual oculto, tenemos que estar matándonos o borrachos perdidos.
Y sin embargo, hay cosas que puedes hablar con tus amigos que no puedes hablar con nadie más. Hoy, por ejemplo, no sé cómo ha salido la conversación, pero hemos terminado hablando de la depilación de los cataplines.
Si se vive en Austria, un tema candente.
Sip, sip, sip. Como lo oye, señora.
Y es que, a ver, cómo le preguntas a un tío desconocido:
–Oye ¿Tú te depilas las joyas de la corona?
Convendrán mis lectores (en este caso, sobre todo, estricto sensu) que para preguntarle a otro señor esto y que ese otro señor no piense que le quieres hacer un solo de flauta, tienes que tener con él una relación un poco personal (más que nada para que se haga cargo de qué pie cojeas y sepa, y se crea, que tu interés es puramente sociológico).
¿Y por qué ha surgido esta conversación? Se preguntarán mis lectores. Pues de algo que todos habíamos observado pero nunca nos habíamos atrevido a comentar por el “qué pensarán de mí” famoso. Y es que, cuando uno viene a vivir a este país de habla extraña una de las primeras cosas de las que se da cuenta es de que, para la población aborígen, uno de los componentes de la higiene íntima es rasurarse el vello. Y no solo el del hemisferio sur, sino también el de las axilas, el del pecho y el de las nalgas y perineo. Porque los austriacos y las austriacas hacen equivaler vello a suciedad. Una costumbre que, en España, y a no ser que yo esté irremediablemente pasado de moda, remite a Chueca (barrio gay de Madrid) y no todo, porque hay gays que piensan también que donde hay pelo hay alegría o, en versión hetero, a ese universo stripper en donde parece que los hombres no descienden del mono, sino de la coyunda entre una mancuerna y una muñeca hinchable.
Y de aquí, ha surgido la pregunta, un poco tímida al principio y luego, roto el tabú, con mucho alivio de poder hablar de un tema que a todos nos preocupaba, o sea, de si seguíamos la moda local o preferíamos continuar con el uso español más tradicional.
Ha habido opiniones a favor y en contra en las que no entraré para no asaltar la intimidad de los interesados. Solo diré que nos hemos echado un viaje de risas. Como debe ser en tíos como nosotros, que tenemos una amistad que vale un montón.
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