Primero fueron las víctimas del terrorismo, luego los gays ¿Es ahora el turno de los emigrantes?
9 de Octubre.- Querida Ainara (*): yo tengo un amigo, gay él, al que le salen ronchas cada vez que recuerda la paliza que el Gobierno de Zapatero dio con los derechos de los homosexuales.
El prestigio reflejado, la gloria en calderilla
Mi amigo, que es persona progresista, nada sospechosa de homofobia por razones obvias y por eso le traigo aquí, lamenta mucho un fenómeno que, aunque había empezado antes, tuvo su culminación durante esa etapa penúltima de la Historia de España.
Este fenómeno del que mi amigo reniega es el siguiente:
Naturalmente, para convecer a la sociedad (particularmente a los sectores más recalcitrantes) de que el matrimonio igualitario era justo y necesario (cosa que, en opinión de este articulista, cae por su peso) el Gobierno de Zapatero se lanzó a una labor de santificación del “colectivo homosexual” mediante la propagación por tierra, mar y aire del consabido estereotipo. Esto es: los gays son personas supersensibles, supermajas, superamigos de sus amigos (pero más de sus amigas, con las que se entienden superbién), con un gusto superimpecable para la moda y que, además, se gastan los megasueldazos que ganan en cultura y cremas hidratantes porque ya se sabe: mens sana in corpore insepulto y mañana en Mikonos o San Francisco ya se verá lo que haremos.
Lo cual viene a ser como poner de ejemplo del heterosexual medio a Brad Pitt o, tirando por otro palo, a Richard Lugner. O sea, tipos de lo más representativo.
Naturalmente, el Gobierno de Zapatero no hacía esto llevado por que, de pronto, lo que les pudiera pasar a los gays y a sus familias les importara más que antes. (Lo mismo que tampoco antes el gabinete de Aznar había iniciado la canonización de las víctimas del terrorismo llevada tan solo por el puro afán de justicia).
La medida tenía un doble objetivo: por un lado, obtener reflejado el prestigio del que gozaba un grupo social al que me atrevería (y me atrevo) a calificar de modélico. Una tribu del paisaje urbano con características muy reconocibles y valores positivos compartidos por esa ancha clase media que es la que, en realidad, hace que un partido u otro gane las elecciones en España.
Por otro lado arrinconar al PP, oponente político, en los terrenos de la carcundia. Mostrarle como un partido rehén de la sacristía y de la polvorienta curia española, opuesto a todo progreso, amante de, como cantaba Cecilia, “las vendas negras sobre carne abierta”.
La estrategia logró obviamente su objetivo, pero alcanzó sin proponérselo otro, que es el que le fastidia a mi amigo: o sea, el que los propios gays empezaron a verse a sí mismos como un grupo de elegidos que habían llegado ¡Por fin! Al final de la travesía del desierto yque empezó a creerse el estereotipo que se había difundido sobre ellos (al fin y al cabo es disculpable, a todos nos gusta que nos den palmaditas en la espalda).
A mi amigo, que a fuer de puntilloso es un gruñón y desde aquí yo se lo digo, se le revuelve el estómago con el escándalo de plumas, de mamarrachos televisivos, de gentes que, de no ser por su insistencia en pregonar su orientación sexual serían indivíduos mediocres, pululando por aquí y por allá y, parafraseando a Cánovas, dice resignado aquello (tan políticamente incorrecto en este caso) de que:
–Hoy es homosexual –él usa otro adjetivo más contundente- el que no puede ser otra cosa.
Mi amigo piensa también que los homosexuales, dejándose utilizar como arma política, vendieron parte del benévolo juicio de la que disfrutaban a ojos de la sociedad. Se convirtieron en rehenes de eso que, en España, se llama “la alternancia política”. Eligieron bando.
El emigrante como coñazo
Sin embargo, arrumbado Zapatero en el trastero en donde duermen sus siglos los cachivaches inútiles de la Historia, toca ahora encontrar otro grupo prestigioso que utilizar como ariete. Y ese grupo somos los emigrantes. Aquellos a los que “España deja escapar por no darles oportunidades” los que “después de habernos formado a costa del dinero del contribuyente, utilizamos esa formación fuera de nuestras fronteras”.
Asoma ya por ahí las orejas una panoplia de estereotipos cutres, infantiles y sentimentaloides al nivel de Marco, mi mono Amedio y la madre del primero que cruzó la mar (¡Otra emigrante, vaya por Dios!) para ganarse las habichuelas en Argentina.
Por un lado, esa mamma que llora al dejar escapar a su hijo hacia un destino incierto lejos de sus faldas. Por el otro, el hijo, que ya solo podrá volver a casa por navidad para disfrutar de los turrones de La Jijonenca en compañía de los suyos. Como si no hubiera internet, como si no hubiera Skype, como si emigrar (a Austria, pongamos por caso) fuera irse a bailar la conga a un campo de minas.
Lo peor de todo esto, Ainara, es que ya hay gente que se está creyendo esto de que “somos los mejores los que nos vamos” como antes se tragaron sin rechistar lo de “la generación más preparada de la Historia” y empiezan a sentirse héroes de no sé qué batalla triste y empiezan a sentirse prestigiosos, y elegidos, e injustamente tratados por una vida que no les paga como se merecen y nostálgicos de “ese país al que ya nunca más podré volver”.
Y son, Ainara, UN AUTÉNTICO COÑAZO.
Si alguna vez te toca salir del país en que has nacido, para trabajar o porque conozcas a un chico o a una chica que te lleven a un huerto que a ti te haga bailar el Aserejé, haz lo posible por librarte lo antes posible de todo ese lastre. No eres ni lo mejor, ni lo peor. Ni heroína ni villana. Sé la protagonista de tu propia aventura, sin que otros te dicten lo que tienes que sentir. Disfruta de lo que la vida te ponga delante sin reparar en el país que sea el escenario de tu felicidad. El mundo es tuyo, Ainara, y la tierra (ya lo dijo Zapatero) “solo es del viento”.
Besos de tu tío
(*)Ainara es la sobrina del autor
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