Ante la pregunta ¿Aceptaría usted un trabajo en otra ciudad u otro país? Austríacos y españoles reaccionan de manera muy diferente ¿Por qué?
27 de Octubre.- El otro día, quedé con dos lectores encantadores con los que me tomé algo en cierto concurrido café de esta capital. En mi línea de considerar Viena Directo como una especie frutería de barrio, podríamos decir que estas citas “me ayudan a mejorar el servicio” porque conozco mejor los temas que preocupan a la gente y procuro escribir sobre ellos. También, de la manera más agradable, se remedia un poco la asimetría en la información. O sea, cuando ellos se encuentran conmigo, en general, saben ya muchísimas cosas de mí (vamos, tienen más de tresmil entradas para estudiar) en tanto que yo no sé nada de ellos.
El otro día, una de estas personas se maravillaba de que yo escribiera todos los días (a veces llego un poco tarde, como ayer, pero llego) y luego me preguntó:
-¿Y cuando no se te ocurre nada?
Y yo contesté con toda la naturalidad del mundo:
–Pues llamo a mi amigo J. –aunque podría haber añadido que llamo a mi amigo L., o a mi amigo G., o a mi amigo F. …En fin, que muchas veces, la mejor manera de vencer un bloqueo es marcar el número de una persona con la que uno pueda echarse unas risas y en cuyo buen juicio se confíe.
Movilidad geográfica
El otro día, por ejemplo, estuve hablando con J. y llegamos al tema de la famosa “movilidad geográfica”. Convinimos los dos en que es una cuestión que separa las maneras de pensar y, digamos, de “reaccionar espontáneamente” de españoles y de austríacos.
Ante el mismo estímulo, que podría concretarse en la pregunta: “¿Aceptaría usted un trabajo en una ciudad, pongamos, a quinientos kilómetros de su actual lugar de residencia?” (quien dice a quinientos, dice en otro país). Un austríaco, probablemente, no se lo pensaría dos veces y le parecería bastante natural el mudarse para ganarse las habichuelas. Un español no lo tendría tan claro (bueno, ahora estamos empezando a tenerlo porque a gayas aprende el hombre).
La respuesta que los aborígenes y nosotros damos a la misma pregunta está sumamente enraizada en nuestra manera de pensar y en la manera en que los españoles entendemos la vida. Para empezar, los españoles somos unas personas mucho más atadas a su entorno afectivo que los austríacos. La familia, para nosotros y para ellos, no tiene la misma importancia. Ni de lejos.
Para los austríacos, su familia consiste en su padre, su madre, hermanos si los tiene, sus hijos (o sea, lo que era la familia Real Española durante el principio de la Transición). Y pare usted de contar.
Para nosotros, en cambio, la familia es muchísimo más amplia (yo me “guasapeo” diariamente con alguno de mis primos, por ejemplo) por no hablar de que, entre nosotros, entra también en juego lo que yo llamo “la familia extendida” esto es, los amigos. Esas personas con las que, tópicos aparte, uno queda “para echarse unas risas”. No es que los austríacos no se las echen, que lo hacen, a veces a escala legendaria. Pero digamos que pueden pasarse sin ello si, en su lista de prioridades, se cruza otra cosa.
Ventajas de la familia española
Esto no es ni bueno ni malo. Es. Y tiene sus ventajas y sus inconvenientes como todo en esta vida.
Sobre todo mis lectores españoles conocerán a mucha gente a la que, durante esta crisis, su familia le está salvando de pedir a la puerta del Mercadona. Muchos que se han recogido en la casa de los viejos (apretando los dientes, pero es que, oiga, por lo menos tenían viejos que los recogieran).
Por supuesto, esto implica que la sociedad española es mucho más tendente a la formación de lazos de solidaridad que no existen en la sociedad austríaca y que, para nosotros, emigrar sea un trauma horroroso y nos parezca un sindiós que haya personas a las que les parezca normal el hacerlo.
Por otro lado, un español solo se muda de una ciudad a otra conservando el nivel de vida que tenía al principio. Esto puede parecer una obviedad pero pondré el ejemplo que ponía J. para que se entienda lo que quiero decir. Supongamos que a Pepito Perengánez, que vive en Zaragoza, le ofrecen un curro en, un poner, Jerez de la Frontera. Le pagan 1500 Euros al mes (sueldo que hoy cobra en España cada vez menos gente, pero bueno). El español piensa: me tengo que ir a Jerez, tengo que alquilar un piso allí, luego, tengo que mandarle dinero a mi familia, luego, los viajes de fin de semana a Zaragoza para ver a los míos y echarme unas risas con mis amigos. Al final, no me queda nada para mí. Un español no se plantearía, por ejemplo, en no alquilarse un piso entero, sino una habitación (opción que sale mucho más económica) porque, en España, lo de compartir piso es (o era) de gente pobretona. Un austríaco no se lo pensaría dos veces y esperaría en su habitación, tranquilamente, hasta que mejorase la retribución y se pudiera alquilar el piso entero.
Por no hablar de que, probablemente, ya lo habría hecho antes. Porque la distribución demográfica de Austria casi implica necesariamente desplazarse a la capital más próxima para estudiar.
Este factor cultural también explica una parte de la burbuja inmobiliaria española ¿Cómo se va a meter uno en una hipoteca a cuarenta años si uno no sabe si dentro de cinco seguirá viviendo en el mismo sitio?
¿Qué piensan mis lectores? ¿Ha cambiado la cosa mucho o yo me he quedado anticuado?
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