El primer intento ha fracasado, pero vendrán más. Seguro. Al tiempo.
5 de Noviembre.- Si algo es gobernar, se pertenezca al partido que se pertenezca, es dos cosas: una falta de educación interminable, porque gobernar implica siempre imponerle a tu prójimo tus opiniones, le gusten a tu prójimo o no; y también, un ejercicio inacabable de establecimiento de prioridades.
El actual Gobierno español es un ejemplo perfecto de las dos cosas.
Explicamos brevemente en qué consiste gobernar
Como gobernante, tú tienes una pella de dinero, esos impuestos que pagamos todos, y luego administras ese dinero (o sea, repartes la pella) de acuerdo a tu criterio. Es todo una cuestión de matemáticas y de inteligencia.
Veamos: un becario Erasmus le cuesta al Estado español pongamos que 1000 euros anuales de media tirando por lo alto–digámoslo ya: una miseria– pero tú, como gobernante, puedes pensar que es muchísimo más beneficioso para ese país del que supuestamente estás tan orgulloso, cuya recuperación económica dices desear, darle casi un cuarto de millón de euros a la abadía del Valle de los Caídos (concretamente, 214.847 Eur este año). Un gasto de obvia utilidad pública, por otra parte.
Una cuestión de prioridades.
Si dividimos 214.847 entre 1000 (sencilla operación que, al paso que vamos, pronto estará fuera del alcance de una parte del alumnado) sale que, con lo que cuesta el mantenimiento del Monasterio sito en Cuelgamuros podría ayudarse a estudiar en el extranjero a más de doscientos alumnos. Quién sabe si personas entre las cuales estén, por ejemplo, descubridores de nuevas aplicaciones del grafeno o medicamentos que frenen el SIDA.
Lo que acabo de hacer es un ejercicio de demagogia, lo sé. Pero es que hay momentos en que uno está tan de mala leche que no le sale de las gónadas ser razonable.
#ErasmusRIP
¿Y todo esto a qué viene? El Gobierno español, a través de su responsable de educación, Sr. Wert, ha tratado de endurecer las condiciones para acceder a las ayudas (da muchísima cosica llamarlas becas) que complementan las que la Comisión Europea concede al programa Erasmus. Si la cosa hubiera prosperado, este año hubiera habido muchos alumnos procedentes de las capas más humildes de la sociedad que no hubieran podido percibir los cien euros mensuales que el Gobierno da como ayuda para estudiar en el extranjero.
Cien euros mensuales pueden parecer una cantidad de dinero irrisoria (lo es). Hasta que no se tienen.
La medida era obviamente ideológica (aquí entra lo de la falta de educación) y no es casualidad que la orden ministerial que consagraba el despropósito fuese firmada el mismo día en que se produjo la huelga contra la llamada Ley Wert y se encuadra en la estrategia de poner las mayores trabas posibles a la conservación de la clase media española. Ese bien supremo que garantiza la estabilidad de un país como el nuestro, históricamente tan dado a ser inestable.
O quizá ni siquiera sea eso, sino la concepción viciada de la educación y la cultura como un lujo (y, como tal lujo, necesariamente supérfluo o destinado a estar solo al alcance de quienes puedan permitírselo).
Una vez se anunció la medida, el procedimiento para acallar las protestas fue el de siempre, o sea, el de “criminalizar” a los perceptores de las ayudas mediante el expediente de calificar a todos los alumnos que salen a estudiar al extranjero como personas que se dedican a beber, a fornicar y a pasarse un año rascándose la entrepierna a costa del Estado.
Importancia del programa Erasmus
Y, sin embargo, vamos a decirlo de una vez, alto y claro: el programa Erasmus es todo menos un lujo.
Y seguiría siendo todo menos un lujo incluso, atención, incluso si los estudiantes no abriesen ni un solo libro estando fuera de su casa.
Es más: yo, que soy un convencido partidario de la Unión Europea, creo que las becas Erasmus son la herramienta más eficaz para que, algún día (yo no lo veré, pero quizá mi sobrina Ainara sí que llegue a verlo) se funden definitivamente los Estados Unidos de Europa. Una confederación en la que las naciones europeas formen efectivamente un espacio de libertad, igualdad y progreso.
Las becas Erasmus son un instrumento vital para fomentar la cohesión entre los pueblos y las tierras europeas. Gracias a las becas Erasmus los jóvenes europeos se conocen entre sí y, aunque solo fuera por eso, se previene (poco, pero se previene) esa cosa asnal (con todo mi respeto a los pobres asnos) que es el nacionalismo.
Mi esperanza (y supongo que la esperanza de los impulsores del programa) es que todos esos indocumentados que piensan que Viladecans o Mondragón o Chiclana son el ombligo del mundo, esos empanados que se califican a sí mismos de “nacionalistas integradores” (¿Qué hace un nacionalista integrador cuando se encuentra con un nacionalista integrador de signo opuesto?) gracias al programa Erasmus se quiten las telarañas del cerebro y descubran, para su sorpresa y nuestro alivio, que hay más mundo más allá de su aldea. Y otros hombres y otras ideas y otras maneras de hacer las cosas y que, cuando se incorporen algún día a un puesto de trabajo, apliquen quizá lo aprendido para mejorar su país de procedencia u otro en que quieran asentarse o al que la vida les lleve. Unos conocimientos quizá no medibles en términos de expediente académico pero sí en profundidad humana, en creatividad, en recursos, en independencia ¿En pensamiento crítico? Quizá haya sido este el quid de la cuestión.
Quien sale fuera puede comparar y no se cree lo que echen.
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