Ayer, a los noventa y cinco años, murió Nelson Mandela. Hoy, se celebra el día de la Constitución. Resulta casi inevitable enlazar los dos sucesos.
6 de Diciembre.- Aunque se salga del tema de este blog, hoy quisiera hacer una reflexión: ayer, a los noventa y cinco años murió Nelson Mandela. Hoy, se celebra en España el día de la Constitución.
Nelson Mandela y Juan Carlos de Borbón: vidas paralelas
Resulta casi inevitable enlazar los dos hechos y pensar en un acontecimiento que, desde mi punto de vista, marcará un antes y un después de la vida española: la muerte del Rey Juan Carlos (no es que yo le desee nada malo a Don Juan Carlos, faltaría más, pero como la historia se repite, cada vez estoy más convencido de que, como sucedió con Franco, el orden que nació de la Transición está resquebrajándose al mismo tiempo que a nuestro monarca le están saliendo achaques).
Nelson Mandela y Don Juan Carlos tienen muchísimo más en común de lo que podría parecer. A saber:
Los dos son héroes de la libertad.
Los dos son figuras centrales en las historias recientes de sus respectivos países.
Los dos han sido idealizados en todos los niveles que van desde lo normal, dada su posición en la escalera del poder (si es que alguna idealización es normal) hasta lo delirante.
Los dos son el sostén principal de un estado de cosas en sus respectivas naciones (bueno, Mandela el pobre ya no).
Y, los dos, tienen una familia que no cesa de darles dolores de cabeza.
Creo que lo que voy a decir a continuación es nuevo y, por lo tanto, se ha estudiado poco. Soy de la opinión de que Nelson Mandela y Don Juan Carlos pertenecen a ese tipo de figuras históricas que, con su luz, crean a su alrededor zonas de oscuridad profunda. O, para que nos entendamos mejor: espacios de apariencia de impunidad.
Y en los espacios de impunidad, ya se sabe, es en donde florece la corrupción.
Espacios de impunidad
La vejez de Nelson Mandela se ha visto amargada por los escándalos de todo tipo relacionados con miembros de su familia, los cuales se han aprovechado del apellido del patriarca y de su prestigio intachable para establecer una red clientelar y trincar lo que no está en los escritos. La vida de D. Juan Carlos tampoco ha estado libre de este mal.
De los trinconeos del clan Mandela solo tengo información lejana, no así de los más cercanos al rey de España, a propósito de los cuales todo el mundo que quiera puede estar al cabo de la calle. Basta con leer los periódicos para deducir sin mucho esfuerzo que, en estos momentos, hay un equipo completo de altos funcionarios haciendo el pino puente para que la hija del Jefe del Estado no sea empapelada por un delito del que esos mismos funcionarios se temen que fue, cuanto menos, consentidora.
El hilo de mis pensamientos me lleva a otras consideraciones.
Estilos de vida, estilos de robo
Sudáfrica es un país pobre.
España, lo era (en mis libros escolares ponía que estábamos “en vías de desarrollo”, que me parece una expresión deliciosa con vistas a que nadie pierda la esperanza) luego dejó de serlo (o sea, pobre) y ahora España vuelve a ser un país que ama en tiempos revueltos.
Y en los países pobres, del Rey abajo, la familia está muy presente porque de alguna manera es la red de seguridad contra las adversidades.
Digamos que eso es lo que diferencia la escuela de corrupción digamos mediterráneo-mafiosa (en la que se encuadraría la tribu Mandela también, a pesar de la distancia geográfica) de la centroeuropea.
Y es que la gente choricea como vive.
Muchas veces, mis lectores me acusan de manejar tópicos cuando hablo de cómo son los españoles y cómo son los austriacos. Pero me parece interesante señalar cómo, por ejemplo, entre los casos de corrupción que aparecen en Austria día sí y día también, hay una minoría en la que los lazos familiares jueguen un papel preeminente (sólo se me ocurren dos: el que mencionábamos hace poco a propósito de Monika Lindner y el caso de Mensdorf Pouilly, marido de la exministra de sanidad austriaca, el cual se forró vendiéndole al ministerio de su mujer las máscaras contra una epidemia de gripe aviar que todo el mundo sabía que nunca se produciría).
Incluso Jörg Haider que fue, sin duda, el campeón austriaco del negocio turbio y sin duda uno de los aspirantes con más posibilidades al título mundial, se guardó mucho de favorecer a sus familiares con sus manejos (quizá por aquello de no mezclar cajones y de mantener la ficción del hombre humilde que era como todos sus votantes).
Aunque también quizá fuera que Haider era consciente de que el clan impone la obligación de recompensar la fidelidad de sus miembros al jefe y también, seguramente, era consciente de que, el hecho de que en una red familiar aparezca un indivíduo con capacidades superiores a la media, no es ningún obstáculo para que el resto de sus parientes sean personas bobas o mediocres. Y ya se sabe que las personas mediocres, no importa el escalón social en el que estén, son aquellas que cometen tonterías más facilmente. Y la mayor es creerse impune.
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