Una de las cosas que nos llaman la atención a los españoles al venir aquí es que los árboles de navidad son de verdad. Abetos de verdad, generalmente.
Nosotros les decimos que los árboles de plástico son mucho más ecológicos, por reutilizables, naturalmente, y ellos nos miran con cara de horror y nos ponen un argumento de lo más taurino: “pero si estos árboles son cultivados para esto”. “Esto” se refiere a estar en una sala de estar (o salón, dependiendo de los posibles) esparciendo su olor por toda la casa. Este aroma, por cierto, es parte inseparable de la “Navidad experience” austriaca.
Los árboles se compran en muchos sitios (286 puntos de venta) y son mucho más baratos de lo que uno pudiera pensar en principio. Lo mejor es no comprarlos en el centro de Viena sino en lugares algo más apartados. Salen más apañados de precio. Lo ideal es que el árbol sea lo más simétrico posible (ningún árbol es, lógicamente, como los que venden en los chinos en España) y lo ideal también es comprarlo, en lo posible, en fechas cercanas al día 24. Si no se puede por cualquier cosa, hay que tenerlo en el exterior para que, con el frío, se conserve.
Otra cosa que hay que tener en cuenta es que, una vez se ponga el árbol en el interior de la casa de uno, hay que meterlo en un cacharro con agua –en los establecimientos del ramo venden unos soportes ideales para este fin- y, dado que la tradición local es encender velas –de verdad- que están colocadas por el árbol, hay que procurar no descuidarse con la cháchara de la tía Henriette para no morir abrasado en un incendio navideño.
Una vez terminadas las fiestas, el árbol se deposita en unos puntos preparados al efecto. De allí, la ciudad los lleva a una central incineradora, en donde se utilizan para la producción de energía y calefacción.
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