Viena a las tres: gafes

Wiener Festwochen 2011 EröffnungPruebe, pruebe usted: es intraducible. Porque no existe. En Austria no hay gafes. Hay, naturalmente, Pechvogeln, que así se llaman las personas a las que todo les sale mal. Pero gafes, o sea, esas personas a las que les basta estar en un sitio para traer la desgracia a su alrededor (pero no a ellos) eso sí que no hay.

Cuando uno llega aquí, tiene que explicarles a los aborígenes esta realidad que la ciencia ha estudiado concienzudamente, pero de la que ellos aún no se han dado cuenta. Lo juzgan, generalmente, cruel ¿Cómo, dicen? ¿Que todo el mundo sabe que alguien es gafe menos el propio gafe? Y uno afirma con la cabeza y les cuenta el caso de cierto cantante español con el que nadie quiere trabajar y al que, en el ambiente musical, se nombra siempre por sus iniciales y, si se le alude con el nombre completo, siempre se toca madera. O el presidente argentino al que su selección le rogó por favor que no acudiera al estadio porque siempre perdían cuando dicho mandatario se encontraba en la tribuna. O el caso de cierta cantante, ella con mucho éxito pero que trae muy mal fario a toda su parentela y gente de alrededor. Gafes, vaya. Gente con malas vibraciones.

Los austriacos son muy poquito supersticiosos porque, al no tener influencia de la cultura árabe en el núcleo de su inconsciente colectivo, no creen en las energías, en la baraka, en “el ángel”. A lo más que me llegan es a lo de mirarse a los ojos mientras se brinda (nosotros, los españoles, tendemos a brindar a la vikinga y no miramos más que a las copas cuando no las vemos dobles). Si uno brinda sin mirar a los ojos, se dice que son siete años de mal sexo. Pero vaya, es más por asustar que por otra cosa. En el fondo, nadie se lo cree. Y del trece, ni rastro.

Superstición viene del latín superstare, o sea, sobrevivir. Y, en el asunto de sobrevivir nunca está de más tomar precauciones.


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