Tal día como ayer, hace 125 años sucedió lo que se dio en llamar “La tragedia de Mayerling”.
31 de Enero.- Enero. 1889. El príncipe Rodolfo de Habsburgo Lorena había dejado Viena el día 28 (Martes) y se había marchado al pabellón de caza de Mayerling, situado en Baja Austria, apenas a dos kilómetros de la abadía de Heiligen Kreuz. Lo había hecho después de pasar la noche con su amante, la prostituta Mizzi Kaspar. Llegó a Mayerling a eso de las tres y media de la tarde. Mary Vetsera, la novia que le acompañaría en su último viaje, llegó en coche de caballos un poco más tarde. De lo que sucedió después, debido al oscurantismo típico de la época y a la desaparición de evidencias necesarias para entender los acontecimientos, se sabe muy poco. A Viena, la noticia de la muerte del príncipe heredero el día 30. Al principio, como suele suceder en estos casos y sucedía entonces con muchísima más facilidad que ahora, la Casa Imperial intentó por todos los medios controlar las filtraciones y que no se supiesen las auténticas circunstancias de la muerte del heredero al trono. Se habló de un accidente de caza, se habló de un derrame cerebral, de todo tipo de cosas menos de lo que, en realidad, había sucedido.
El príncipel Rodolfo se había suicidado en compañía de su amante, la baronesa Mary Vetsera, de un tiro en la sien.
Mary tenía 18 años. Rodolfo 31.
Se habían conocido un año antes, en 1888, en las carreras de caballos en el hipódromo vienés de Freudenau. Allí, como es conocido, les había presentado la condesa Marie Larisch, prima de Rodolfo. Mary se enamoró a primera vista del heredero al trono austrohúngaro (ya casado con una princesa belga de la que ya hablamos de pasada aquí). A partir de ahí, se puso a coleccionar todo lo que decían las revistas de cotilleo (también las había en la época) sobre el heredero al trono. Recortaba los artículos y las fotos, con tanta pasión, que su madre, al notarlo, organizó con ella un viaje a Inglaterra para que se distrajera de aquella pasión adolescente que no tenía ningún porvenir.
No sirvió de nada. Los primeros encuentros privados de Mary Vetsera con el príncipe se produjeron en los primeros días de noviembre de 1888, en el Hofburg. Luego hubo otros veinte más, siempre ayudados del incógnito que favorecía una época en la que no había teléfonos móviles que grabaran y las cámaras fotográficas necesitaban unos tiempos de exposición que imposibilitaban la existencia de los paparazzis. Tanto el viaje final a Mayerling como estas visitas de incógnito al Hofburg fueron organizadas por el cochero del príncipe Josef Bratfisch.
En el momento de su muerte, Rodolfo de Habsburgo Lorena era un hombre destruido. Había heredado el temperamento neurótico de su familia materna (tanto Sissi, como sus hermanos como toda la parentela bávara estaban para que los atasen) y parecía poseer una combinación de rasgos de carácter que, generalmente, no lleva a nada bueno. Por un lado, era extremadamente inteligente pero, por otro lado, tremendamente sensible y curiosamente desvalido.
Para colmo, durante sus escapadas sexuales había contraido la sífilis (en aquella época, una enfermedad mortal), enfermedad que había contagiado a su mujer y por la cual esta no había podido tener más hijos (solo la archiduquesa Isabel Maria de la que ya hablamos antes). Rodolfo era un hombre roto al que quizá no le quedaba más salida que morir antes de volverse loco totalmente. Lo hizo con Mary, que quizá fuera la gruppie más fiel que le quedaba, dispuesta incluso a morir con él y así ligar su destino para siempre al suyo.
Del mundo de los protagonistas de esta historia queda muy poco. Parece que estemos separados de ellos por un río interminable de acontecimientos. Quién sabe qué hubiese sucedido si Rudolf hubiera reinado un poco antes. Nunca lo sabremos.
Para saber la curiosa historia posterior del cadáve de Mary Vetsera, pinchar aquí.
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