Paquita von Trapp y el efecto mariposa

SalzburgEl martes pasado, en Vermont (Montana), falleció la culpable indirecta de que muchas personas sepan colocar Salzburgo en un mapa. Verá usted por qué.

23 de Febrero.- Estos días pasados, asistí, como me sucede frecuentemente, a una reunión gratísima en la que estaban presentes austriacos y españoles . En la sobremesa –estupendo concepto, estupenda palabra que no tiene traducción al idioma aborígen- al hilo de la boda de una de las parejas presentes, que se celebrará, Dios mediante, en Salzburgo, empezó la coña de que, en la ceremonia o en el banquete posterior, deberían introducir algún guiño musical a la musicalísima familia Von Trapp la cual, al fin y al cabo y aunque a muchos austriacos les sorprenda o les chinche, fue la que puso a Salzburgo en el mapa (lo mismo, mal comparado, que Sara Montiel le enseñó a los americanos dónde quedaba Campo de Criptana o Penélope Cruz ha hecho que Alcobendas sea una referencia obligada en la mitología de este siglo).

Los austriacos presentes fliparon bastante, porque una de las cosas que primero aprende el celtíbero cuando cruza los árboles para poner el pie en esta tierra de promisión es que, aquí, Sonrisas y Lágrimas (The Sound of Music) es una película que muy poca gente ha visto y que, quienes la han visto, hablan de esta obra maestra del merengue con no poco desprecio

(Se abre paréntesis: esto me recuerda a las toneladas de sarcasmo que los españoles utilizamos cada vez que España sale en las películas americanas: baste recordar la tortilla de pastillas alucinógenas que debieron de tomarse los guionistas de una de las Misiones Imposibles de Tom Cruise cuando sacaron las fallas de Valencia en plan cruces ardiendo como si se tratase de una ceremonia del Ku-Klux-Klan. Se cierra paréntesis).

Para intentar convencer a los aborígenes de que se perdían una obra maestra del séptimo arte, los españoles, ayudados, eso sí, por un vinillo tinto de los buenos que produce nuestra tierra, nos arrancamos por Julie Andrews y estuvimos interpretando todos los “greintes jís” de esta película tan viejuna como deliciosa.

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Que si la canción del Edelweiss –que muchos americanos piensan que es el himno nacional de EPR-, que si la del cabrero, que si esa de que tienes quince años, casi dieciséis, y que ya va siendo hora de que sientes la cabeza (una canción que algunos profesores de colegio españoles, con los dedos más largos de la cuenta, parece que se han tomado al pie de la letra). Metidos en harina, uno de los presentes confesó que, en aquellos albores de su vida sexual, la actriz que interpretaba este número, la pizpireta Charmion Carr (que hoy debe de ser abuela) le había producido alguna subida de temperatura con aquel vestido que pretendía ser asexuado –Sonrisas y Lágrimas es una película para ursulinas- pero que, mojado, dejaba al descubierto unos pechillos que muchas ya quisieran.

Pues bien: el martes pasado, a la avanzada edad de 99 años, falleció la culpable indirecta de que los españoles sepamos que Maria von Trapp fue una monja que no encajaba en el convento pero una institutriz estupenda y un ama de casa de armas tomar: Maria Franziska von Trapp, segunda hija del capitán von Trapp, la cual ha sobrevivido a todos sus hermanos a pesar (o quizá por eso) de que siempre tuvo muy mala salud debido a un problema cardiaco. Debido a esta afección, Maria Franziska no pudo asistir al colegio, debido a lo cual su padre, el capitán, decidió contratar a una institutriz para que la educara en las cosas que, por aquel entonces, se pensaba que una mujer debía saber. Y así fue cómo Maria von Trapp entró en la casa de quien sería su marido y de quienes se convertirían en sus hijos adoptivos.

Después de la guerra, Broadway primero y Hollywood después, metieron mucho el cucharón para que cualquier parecido entre la realidad y lo ficticio fuera pura coincidencia. Pero lo cierto es que, sin Maria Franziska, Paquita, como se hubiera llamado en España, y su enfermedad de corazón Austria hubiera dejado de ganar muchos millones en divisas y, probablemente, incluso muchos de los que aquí vivimos ni hubiéramos sabido en dónde nos metíamos hasta poner el pie en Schwechat.

Descansa en paz, guapetona.


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